Podría ser, si no un consuelo y mucho menos un alivio, sí al menos una relativa esperanza —por más que la esperanza, en los tiempos que corren, sea invariablemente una engañifa, de dondequiera que provenga—: la mejor literatura surge en tiempos de guerra. Podría ser: sin embargo, de momento ni siquiera parece que haya modo de ilusionarse con el cumplimiento de esa fatalidad. Por la exacerbación de la violencia, por la descomposición (la pudrición, mejor) del orden social, por el imperio de la suspicacia y la incertidumbre y, en fin, en vista del incremento imparable de los niveles de miedo en la mera ocurrencia de la vida diaria, prácticamente no hay en México un solo rumbo donde el desastre no sea inminente: podrá ser un tiroteo o una granada, pero también podrá ser el estallido de la locura: alguien que, sencillamente, decida que ya no aguanta más. O podrá ser la simple y atroz miseria: el hambre, la depravación por la que terminaremos de tener un enemigo en cada prójimo, a la vez que acabaremos de convertirnos en enemigos de todos los demás. México, por más que a sus autoridades les convenga poco reconocerlo, es un país en guerra consigo mismo, y por ahora sólo cabe conjeturar acerca de lo que cabría esperar de quienes, en este país, piensan y crean.
El problema es que esas conjeturas son, en general, poco auspiciosas. O es que se prefiere mirar a otro lado —mirar adonde, por ejemplo, relumbra la frivolidad, y así tenemos que el autor más visible de la literatura mexicana es festejado y alabado incesantemente y hasta se le produce la ópera costosísima que le vino en gana escribir y producir a expensas del presupuesto de una universidad pública—, o es que sólo va entendiéndose que la circunstancia presente es una ocasión preciosa para aprovecharla mercantilmente —y es así que las mesas de novedades en las librerías van siendo abrumadas por novelas sobre el tema del narcotráfico o el crimen: títulos, en su mayoría deleznables y predecibles, de factura apresurada y, en suma, prescindibles, cuya sola razón de existir es la urgencia. El resto es análisis superficial, oportunista, incompetente e inmediatamente olvidable, o bien todo es fruto de una mayúscula e inexplicable distracción. ¿Quién está pensando en lo que sucede ahora y aquí? ¿A quién hay que leer que verdaderamente importe?
Existen, qué duda cabe, dificultades para quien escribe la verdad. En 1935, ya instaurados el mal y el terror y ante el advenimiento de la catástrofe, Bertolt Brecht las redujo a cinco en un ensayo admirable: el valor de escribir la verdad, la inteligencia para descubrirla, el arte de hacerla manejable como arma, cómo saber a quién confiarla y, por último, proceder con astucia para difundirla. Quienes todavía, desde los espacios del pensamiento y del arte, en el México de hoy, y en concreto desde la literatura, tendrían que estar ocupándose de la verdad, ¿están al tanto de esas dificultades, y trabajan ya por remontarlas? ¿O más bien, como parece, a todos nos tienen sin cuidado?
El problema es que esas conjeturas son, en general, poco auspiciosas. O es que se prefiere mirar a otro lado —mirar adonde, por ejemplo, relumbra la frivolidad, y así tenemos que el autor más visible de la literatura mexicana es festejado y alabado incesantemente y hasta se le produce la ópera costosísima que le vino en gana escribir y producir a expensas del presupuesto de una universidad pública—, o es que sólo va entendiéndose que la circunstancia presente es una ocasión preciosa para aprovecharla mercantilmente —y es así que las mesas de novedades en las librerías van siendo abrumadas por novelas sobre el tema del narcotráfico o el crimen: títulos, en su mayoría deleznables y predecibles, de factura apresurada y, en suma, prescindibles, cuya sola razón de existir es la urgencia. El resto es análisis superficial, oportunista, incompetente e inmediatamente olvidable, o bien todo es fruto de una mayúscula e inexplicable distracción. ¿Quién está pensando en lo que sucede ahora y aquí? ¿A quién hay que leer que verdaderamente importe?
Existen, qué duda cabe, dificultades para quien escribe la verdad. En 1935, ya instaurados el mal y el terror y ante el advenimiento de la catástrofe, Bertolt Brecht las redujo a cinco en un ensayo admirable: el valor de escribir la verdad, la inteligencia para descubrirla, el arte de hacerla manejable como arma, cómo saber a quién confiarla y, por último, proceder con astucia para difundirla. Quienes todavía, desde los espacios del pensamiento y del arte, en el México de hoy, y en concreto desde la literatura, tendrían que estar ocupándose de la verdad, ¿están al tanto de esas dificultades, y trabajan ya por remontarlas? ¿O más bien, como parece, a todos nos tienen sin cuidado?
Publicado en la columna «La menor importancia», en Mural, el viernes 14 de noviembre de 2008.
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5 comentarios:
Ay, amigo... Tu artículo está muy pinche deprimente; por eso (y por este remix de fin de semana por el que acabamos de pasar, desde luego) nadie te lo ha comentado aún. Luego está otra cosa: parece que tu propósito, al comienzo, es comentar la "realidad" o "actualidad social", o como se diga, cuando en verdad lo que te importa es plantear la situación de los escritores mexicanos contemporáneos ante la verdad. Y eso te vuelve -a ti, no a tu artículo- más antipático aún, porque todos los plumíferos nacionales nos creemos en contacto directo con verdades cósmicas inaccesibles para los demás compatriotas, de modo que tu diagnóstico es (o lo sería, si alguien tuviera la decencia de leerlo) un poquito irritante. Yo lo que te sugiero es que vayas preparándote con alguna columna sobre la inminente descalificación de los Green Mice en San Pedro Sula, para ver si así logras evitar ser tildado por siempre de amargado y solemnote. Y que nos digas por qué, al referirnos a Brecht, le tenemos que decir Bertolt y no Berthold. ¡Arre, Lulú!
Yo no comento nada porque, encima de todo, ni las pinches Chivas calificaron a la liguilla. !Ay¡ A ver si te vas poniendo un poquito más simpático, ¡¡¡amargado!!!
Cuánta razón los asiste a ambos. Desde chiquito he sido un acedo, y de cuando en cuando se me olvida que lo mío, lo mío, es ser payasito de camión («Toma, payasito, por tu mal trabajo»). Prometo enmendarme. Yo nombro a Bertolt así, y no Bertoldo, Bertoldino ni Cacaseno, porque así me lo aprendí en este librito suyo, el de las cinco dificultades, que me hallé en una edición horrenda hundida bajo un cerro de desperdicios, en cierto local de Donceles. Ni por aquí me había pasado que en verdad —y dale con la pinche verdad— hubiera podido llamarse de otro modo.
Oiga, oiga: tampoco se me ofusque que aquí nadie anda diciendo que sea usted payasito ni de camión, ni de paasquín ni cuantimenos de blog, que yo lo tengo (y creo que en eso el maese Luis Vicente coincidirá conmigo) como la más lúcida, ácida, inteligente, amarga y divertida (sí, esto también) de las plumas (o los teclados, pues) que pueblan la blogósfera. Ojo, que escribí "la más" y no la muy sobada y diplomática fórmula "una de las más", que siempre tiende a dejar a quien la recibe dentro de una generalidad tan gris a la que quién sabe si será tan distinguido pertenecer. Y sí, no viene uno a este paraje, oasis de ironía, a buscar el Sensacional de chistoretes o el Jajá, sino a leer, esbozar una mueca muy parecida a la sonrisa (que, ay, me imagino que muy a su -de usted- pesar termina convirtiéndosele -a uno- en una carcajada)y, finalmente, pensar y quedarse así, pensando, un buen rato.
Si alguien tiene la culpa es uno, que viene a asomarse aquí sabiendo a lo que se atiene. Así que Ud. siga entonces como hasta ahora, que si su nota nos ha parecido amarga y/o pesimista no lo será tanto como los tiempos que corren y correrán.
Y como dijo Danton (eso sí, citado por Stendhal): "La verdad, la dura verdad".
Abrazo
Para de sufrir, criatura. Ni acedo ni payaso ni nada. Serás payaso, y de los buenos, cuando a Bertolt Brecht le digas Cacaseno en público: a ver si tan salsita. Y se pondrá canijo el asunto cuando Brecht, ouija mediante, te responda: "¡Ber-tolt!" Por otro lado, la Selección efectivamente perdió hace unos minutos el famoso partido en Honduras: ¿ya tienes listo el artículo? Eso sí sería deleitarse con la desdicha, para que veas. ¡Arroz!
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