Opiniones

Porque el fundamento mismo de su existencia y de sus alcances está en su capacidad de multiplicar continuamente el número inconcebible de encuentros entre los individuos que lo habitan o lo atraviesan, internet es un espacio de naturaleza eminentemente inclusiva, que —al menos hasta el actual estado de cosas— funciona en la medida en que admite prácticamente a cualquiera que desee o deba ingresar: cualquiera, se entiende, que tenga modo de ponerse frente a una computadora y pulsar sus teclas para juntar las letras que, por lo menos, den la impresión de formar palabras, o tan siquiera bufidos o balbuceos. Lo único a lo que la red no sabe darle cabida es al silencio: cualquier cosa que éste signifique (como en la vida de este lado de los monitores: perplejidad, repudio, pasmo, desgana, desdén, ignorancia o simple y rotunda pereza), de aquel lado del teclado y la pantalla será, en el mejor de los casos, malentendido: callarse sólo equivale a haberse rendido, a largarse, a dejar de existir.
        Yo qué voy a saber: sólo supongo que en esa aspiración de colectividad total ha de radicar una de las virtudes mayores de ese espacio, construido y regido por las necesidades de sus usuarios —al menos en teoría, y es que estaría por verse hasta dónde las imaginaciones de éstos han sido frenadas, desviadas o disipadas por cuanto no convengan a alguien... que, desde luego, no conoceremos jamás. Pero lo que sí advierto es que de esa vocación «democrática», digamos, se desprenden algunas de las posibilidades más siniestras: por ejemplo que, por contar con una conexión, cualquiera tenga modo de diseminar sin restricción alguna su ignorancia, su estupidez, su odio o su malevolencia. Hablo en concreto de lo que ocurre siempre que se abre un foro para la «discusión» de lo que sea, y más precisamente a propósito de las informaciones que surte la ocurrencia del presente.
       Si bien las asambleas más o menos organizadas, cuyos participantes son de algún modo reconocibles o sus identidades susceptibles de ser descifradas (Facebook, Twitter, blogs o sitios que exigen registrarse antes de participar), también suelen estar infestadas de cretinos, alimañas o micos que se creen graciosos porque aprendieron a enseñar el trasero, lo que ocurre en las ristras de comentarios que siguen a la publicación de noticias va, sin falta, de lo espeluznante a lo nauseabundo: exabruptos, siseos, risotadas y gruñidos, martajados con sintaxis rudimentaria y espolvoreado todo con raticida. Se vio, por ejemplo, en las notas acerca de la marcha con Javier Sicilia, el fin de semana pasado, y quien quiera pasar un pésimo rato puede ir a cualquier periódico en línea y conocer los pareceres de muchísimos asnos al respecto. Pero pasa en todo foro (una vueltita al azar por YouTube, rápido). ¿Qué tiene en la cabeza quien, además, se da el tiempo de irrumpir así en la atención de los demás? Y no es sólo que lo que ahí se lee sea repugnante: también puede ser temible. Maldad en estado puro.

Publicado en la columna «La menor importancia», en Mural, el jueves 12 de mayo de 2011.
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