El experimento

Se promulgó al fin la esperada Ley del Libro —que, al parecer, nadie sabe bien cómo se llama, pues hasta en el sitio web de la Presidencia de la República, lo mismo que en los periódicos, se la nombra indistintamente «Ley de Fomento para la Lectura y el Libro», «Ley de Fomento a la Lectura y el Libro», «Ley de Fomento a la Lectura y al Libro»—: en una ceremonia saturada de sonrisas, bonitos deseos, discursos sentidos y muchos aplausos, Felipe Calderón terminó por hacer lo que su había impedido su oligofrénico predecesor, y lo que ahora sigue es esperar a que se elabore el reglamento correspondiente a la dicha ley, de manera que pueda entenderse mejor para qué servirá y para qué dejará de servir. Y es que, en vista de las disímiles posiciones de libreros, editores, escritores y demás implicados en la producción y comercialización de esta mercancía tan dificultosa (que, a decir de Alberto Ruy Sánchez, no debería ser tratada sólo como un producto más, pues se terminaría por tener sólo «libros salchichas y libros zapatos»), lo que hoy prevalece es más bien la incertidumbre: da la impresión de que lo que antier se festejó en Los Pinos fue el arranque de un experimento que nadie puede asegurar en qué terminará.
Aprovechando la ocasión, Calderón no quiso dejar de improvisar un gesto de ésos que granjean ovaciones y, a la postre, se revelan como insensateces o meras fanfarronerías. Como si desde hace mucho hubiera masticado la idea, como si en realidad lo desvelara lo poco que se lee en México, en el acto instruyó a la secretaria de Educación Pública para que, en adelante, cada que se entregue una vivienda «popular», se la dote con un puñado de libros («quince o veinte», dijo, tras un esmerado cálculo que le habrá tomado medio segundo: ¿por qué no tres o noventa?), de manera que no falte una bibliotequita en ninguna casita que el gobierno entregue. Y sugirió las materias: un diccionario, libros de cocina, de medicina, de historia, de geografía, un cancionero «de música», «antologías literarias sencillas» y un ejemplar de la Constitución. (Quince o veinte libros, por kilo, ¿cuánto rendirán? A lo mejor un día de salario mínimo, para que la familia que estrena su casita alcance a medio comer un día más). «Leer más para vivir mejor» es el nuevo eslogan de la Presidencia de la República, gratuito y hueco como todo lema propagandístico, y no es sino una nueva versión de aquella baladronada de «Hacia un país de lectores» a la que debemos, entre otras cosas, el desastre de la Biblioteca Vasconcelos, con su ballenota colgante y sus goteras perpetuas.
Si la nueva ley llega a facilitar condiciones mejores a quienes producen y venden libros (y a quienes los escribimos, ojalá, aunque sea de rebote), y si a la larga termina por beneficiar a los lectores, bienvenida. Y si no es así, pues tampoco se pierde gran cosa: como están las cosas (libros ridículamente caros, librerías escasísimas, editoriales nacionales al borde de la desesperación), es difícil que podamos empeorar.

Publicado en la columna «La menor importancia», en Mural, el viernes 25 de julio de 2008.





Imprimir esto

7 comentarios:

Alejandro Vargas dijo...
25 de julio de 2008, 23:20

Y la biblia?! dónde quedó la biblia como el paquete'duques? jajajaja, no puede ser. Por cierto, la imagen de Paris leyendo es mágica, jajajaj, jocosísima.

Octavio Aguirre dijo...
26 de julio de 2008, 11:29

Capaz que Paris está intentando deletrear alguna palabra de más de 5 letras.

Pensar en el editor como especie en peligro de extinción. Me cae que cada vez se pone más bueno el circo.

Luis Vicente de Aguinaga dijo...
27 de julio de 2008, 20:07

Quince o veinte libros en cada "vivienda popular"... ¡Bonita cosa! ¿No existían para eso las antiguas, modestas y finalmente abandonadas bibliotecas de la SEP? Y esos quince o veinte libros, ¿con cargo a quién, por cierto? Habrá que conovocar a concursos de licitación para dotar a dichas casitas de libros que nadie sino Calderón es capaz de imaginar, y a ver quién gana esos concursos y a santo de qué criterios. Y luego a ver a nombre de quién escrituran esos libros, porque tratándose de bienes adquiridos por el Estado habrá que ingeniárselas para entregarlos en comodato, donación o mero préstamo a los habitantes de la morada, que debe suponerse humilde para mayor gloria de la demagogia. Por lo demás, ¿cuántos libros -de los que sean: de Chepina Peralta o de Og Mandino, si no es que viejos y obsoletos ejemplares de la Guía Roji, de los anteriores libros de texto y de todo lo que nos pase por la mente- habrá en Los Pinos, tratándose de una vivienda impopular?

Joel Meza dijo...
30 de julio de 2008, 11:37

Me pregunto si Paris consiguió El Arte de la Guerra en los quince o veinte libros que venían con su vivienda popular. O en el buró del cuarto de algún Hilton.
Y a todo ésto, ¿qué significa "antología literaria sencilla"? ¿Colecciones de La Pequeña Lulú y Chanoc?

Luis Vicente de Aguinaga dijo...
30 de julio de 2008, 11:56

¡Buen punto! Vamos proponiéndole al C. Presidente de la República y al H. Congreso de la Unión que los quince o veinte libros de cada vivienda popular, empezando por las antologías literías más tipo sencillonas que se consigan, onda las que todo municipío y entidad federativa que se respete van publicando trienio con trienio, sexenio con sexenio, con selecciones de las obras de sus poetas laureanos ("¡ay, mondao!"), digo, pues, que todos esos libros los financien los Gedeones con el apoyo de Paris Hilton. A ver si el buen Israel acepta redactar la propuesta con apoyo de sus cuates Rodríguez y Abbadie, que tienden mucho a la iniciativa ciudadana. Yo nomás digo, pues... ¡A la guerra, chinitos!

Luis Vicente de Aguinaga dijo...
30 de julio de 2008, 11:57
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Anónimo dijo...
10 de agosto de 2008, 21:14

Al principio pensé que Paris estaba leyendo "Reducido al polvo", pero luego me di cuenta del error.