De latón

A raíz de esta foto, alguna vez Fernando de León y yo inferimos que la dieta del escritor argentino la constituían básicamente sus mascotas. De ahí el nombre con que nos referimos a él: Comegato. Digan si no: se ve que lueguito de posar para la cámara, el gigantón se fue directo a la cocina para alistar a T. W. Adorno —como se llamó el minino— para la cena. 
Por si fuera indispensable decidir qué pensar de la obra del escritor argentino César Aira —decisión que no es indispensable, vamos: en literatura casi siempre resulta ocioso tomar partido públicamente, pues la lectura es cosa solitaria y cada cabeza es un mundo (o un pozole, si se prefiere)—, seguramente pocos autores habrá en nuestros días que lo dificulten tanto. Aira, cuya producción ronda, según los cálculos más conservadores, la cincuentena de novelas (más las colecciones de cuentos, un puñado de ensayos, algo de teatro, traducciones y hasta un diccionario), es antes que ninguna otra cosa el campeón de lo inesperado. Cada historia suya, casi invariablemente, llega a un momento en que resulta inevitable suspender la voluntad de comprensión según la cual estamos acostumbrados a que las causas tengan consecuencias, de tal manera que dicha voluntad hay que aceptar canjearla por algo más parecido a la rendición hipnótica que a la esperanza de entender. Hay una novela, por ejemplo, en la que los propietarios y los socios de dos gimnasios en el barrio de Flores, en Buenos Aires, están enfrentados en una suerte de guerrilla, y por si eso no fuera suficientemente extraño, en el ojo del conflicto se incluyen un gigante llamado Chin Fú, una liebre fosforescente y un espectáculo de marionetas, así como un joven actor de telenovelas en cuyo cerebro —que se dice que le han extirpado— se avecina algo así como el fin del mundo. (La guerra de los gimnasios, 2006). Es, sin falla, fascinante. 
    En días pasados, César Aira fue invitado a conducir un taller en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo en Santander, y desde ahí tuvo a bien soltar algunas declaraciones en contra de uno de sus compatriotas más famosos, Julio Cortázar. «Cortázar es un Borges de latón», soltó, y añadió que «quien llega a apreciar a Borges deja a Cortázar para el Kindergarden». (Al autor de Rayuela, por cierto, le llovió también hace poco desde esa nube negra que es el colombiano Fernando Vallejo: «No lo conozco», dijo éste. «Lo he ojeado y me da la impresión de que no sabía escribir. No sabía justamente el idioma literario, escribía pobremente. Y los jóvenes hacen este cálculo: si este escritor tan malo es nuestro gran escritor, entonces por qué yo no puedo ser igual a él»). Seguramente Aira habrá respondido así a pregunta expresa, como se dice: el reportero quiso saber su parecer sobre ese asunto en concreto, y lo obtuvo. Felizmente. Porque resulta cuando menos refrescante que de vez en cuando alguien, como Aira en esta ocasión, ayude a desmontar los malentendidos y a rebajar las exageraciones que al paso del tiempo van afirmándose como supercherías y tabúes en la imaginación colectiva —cosa que, en buena medida, sucede con Cortázar, un escritor cuya notoriedad procede mayormente de la devoción abusiva de sus lectores, lo que tiene el efecto de dejar en la sombra a otros autores tanto o más brillantes que él. 
    Pero, lo dicho: cada quien decide qué piensa. Que al fin no hay opinión que importe demasiado, y mucho menos ésta.
Publicado en la columna «La menor importancia», en Mural, el viernes 11 de julio de 2008.
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9 comentarios:

Luis Vicente de Aguinaga dijo...
11 de julio de 2008, 16:27

Dices que "no hay opinión que importe demasiado". Lo cierto es que no hay opinión que importe nada. El gran malentendido -no de la pura modernidad, sino de toda la historia- es la opinión, en cuyos altares llegan a sacrificarse hasta los mejores frutos del arte y el saber del hombre, ya no se diga los mediocres y los peores. Hay gente incluso que le llama "verdad" a la opinión y le antepone un adjetivo posesivo: "Pues lo que yo te digo es mi verdad". Sí, cómo no... ¡Si nada se parece menos a la verdad que la opinión, como Platón ya lo demostrara en muchos de sus diálogos! En cuanto a Cortázar, que se pudra. Pero en compañía de César Aira y de Fernando Vallejo. "Y así, juntitos los tres, será lo que soñamos..."

Víctor Cabrera dijo...
12 de julio de 2008, 1:02

Queridos JI y LV:

A estas alturas Cortázar ya hace tiempo que superó el estado de putrefacción, así que dejémoslo en paz. Yo lo que deseo, con toda mi alma, es que se termine de pudrir Roberto Bolaño y, de paso, que inicie ese trance su tocayo Chespirito.

Nosotros conservémonos en alcohol.

Salut

Anónimo dijo...
12 de julio de 2008, 10:25

¡Salud! para los tres que son los más autorizados para hacer una crítica como la que merece el artículo.

Luis Vicente de Aguinaga dijo...
12 de julio de 2008, 16:46

Mi muy querido Ano Nimo:

Entiendo que "los tres" vienen siendo Julio Cortázar, Fernando Vallejo y César Aira. Y sí, salud para los que todavía puedan hacer algo con ella. En cuanto a Comegato (con música de Nando Estevané: "Soy don Julio Comegato..."), dudo mucho que la salud le sirva para un demonio a estas alturas.

Mejor que la salud sea para nosotros, que ciertamente no tenemos por qué andar sepultando ni exhumando a nadie. Retiro lo dicho: que no se pudra Cortázar. Total: para lo apestoso que ya está, ni falta le hace corromperse.

Un abrazo.

José Israel Carranza dijo...
13 de julio de 2008, 22:01

Yo suponía que el dicho de Aira dejaría a más de alguno airado, pero veo, no sin alegría, que al menos Luis Vicente y Víctor convendrían en acompañar a un servidor en la ceremonia constitutiva de la Asociación Civil Enemigos de Comegato —si en realidad el asunto no nos tuviera tan sin cuidado, claro. El comentario de Anónimo, sin embargo, no lo entendí: por más que hice sumas, los comentaristas anteriores de mi artículo hasta ese momento —y ya es una multitud— habían sido nomás dos (LV y VC), y seguramente yo no cuento porque yo no lo critico: nomás lo escribí. En adelante, pues, todo ha sido confusión para mí. ¡No me regañen! ¡Oriéntenme!

Anónimo dijo...
14 de julio de 2008, 12:35

Jajaja. En efecto lo decía por LV, VC Y JIC, y perdone usted, pero el que escribe, se expone y claro que critica. Y como no tengo el gusto de conocer a VC, pero sí conozco a LV y A JIC, pues supongo que es tan saludable como ellos. El deseo es por la terrible foto. ¡Pobre gato!

Atte. Ano Nima

Luis Vicente de Aguinaga dijo...
14 de julio de 2008, 17:28

¡Ah, pues entonces no fue Ano Nimo, sino Ano Nima! Gracias por los deseos de salud. En cuanto a Comegato, pobrecito: ¿qué culpa tiene él de haberse muerto y no estar ya en condiciones de darle a sus muchos libros ni la mínima corregidita que tanta falta les hace? Lo curioso es la idolatría que se le profesa, en efecto. Pero toda idolatría es, como mínimo, curiosa, que dijera Moisés. Y que hay quienes escribimos y seguiremos escribiendo peor que tan deficiente prosador, ni duda cabe...

Víctor Cabrera dijo...
16 de julio de 2008, 1:12

Querido JIC:

Ayer fui a al cine a ver Hellboy II. En una secuencia, el demoníaco antihéroe persigue a una ancianita que en realidad es un troll (criatura fantástica cuyas características específicas desconozco) que está a punto de comerse un gato. Esta escena me llevó a acordarme inmediatamente de Alf, aquel extraterrestre peludo y ochentero que andaba a la caza perpetua de Lucky, el gato de su familia adoptiva, para, como se dice vulgarmente en ciertos parajes, darle chicharrón.

No tuve más que ligar esas dos imágenes atroces para descubrir la verdadera naturaleza de Comegato: ¡¡¡un troll nativo, nada más y nada menos, que de Melmac!!!, ese planeta (ahora lo vemos), no del todo imposible. Ahora me explico no sólo este inquietante retrato del gigantesco ¿argentino?, en el que ciertamente parece más bien un ser de otro planeta o al menos un peligroso enfermo mental, sino algunos chismes que de él se cuentan, como ese que asegura que nunca dejó de crecer. Eso y un cuento que se llama "Circe", en el que una muchacha confecciona misteriosas golosinas para sus novios con ingredientes "poco convencionales", y que ahora leo como una sublimación de los instintos más primarios de este pinche viejo loco.

Ya ves: perspicaz que es uno.

Alejandro Vargas dijo...
23 de julio de 2008, 20:50

Bolas! Ahora sí le dieron a Cortázar, pero como soy bien necio y bien "fans" de Cortázar yo lo defiendo. Su escritura me parece un agradable juego literario, que si era o no parte de los malandros de Argentina, no me importa. Creo que puedo soportar sus juegos audaces y más su novela (gran novela aunque se me vengan encima). Que se le haya sobrevalorado, sí, es posible.

Por cierto, también leo a Borges y él se encuentra muy por encima de todos.

Saludos!!!