Sábado por la mañana. Ahora el caos corrió por cortesía de Marcelo Ebrard. Ya les gustó, a los políticos, aprovechar el escenario de la Feria para sus evoluciones mediáticas. Y, claro, de lo que se trata es de salir en las fotos hojeando libros, sonriendo, como si todo esto realmente les interesara. Así fueran de activos para trabajar en pro de la cultura y de la ciencia en México. Pero lo bueno es que la Feria no deja de ofrecer la posibilidad de ignorarlos como se merecen.
Viendo y escuchando a Rubem Fonseca, por ejemplo. En la primera mesa del Encuentro Internacional de Cuentistas, la noche del viernes, el viejo abrió fuego leyendo un cuento pornográfico. Así, brutal, hardcore. Acto seguido, se sentó a escuchar a los demás de la mesa, mientras rayaba algo en un papelito, tan tranquilo. Estuvo de lo más bien: lo triste, sin embargo, fue descubrir que el encuentro tal no tenía ni pies ni cabeza, y que sólo la estatura de los cuatro participantes (Fonseca, Sergio Pitol, Luisa Valenzuela y Ednodio Quintero) justificaba soplarse dos horas ahí, a ver qué se les ocurría decir. Fue particularmente dramático constatar las dificultades que tiene Pitol para articular palabras: ¿por qué se empeñaron en tenerlo ahí? Muy amargo.
Estos últimos momentos de la FIL voy aprovechándolos para terminar de comprar libros. No pude evitarlo: Titino —que así se llama mi maleta— ya se descosió de tantos volúmenes que le he metido. Todavía tengo que darme una vuelta más por la librería del Pabellón de Colombia, que tiene muchas joyitas —varios títulos de R. H. Moreno Durán, pongamos, autor que recomiendo ampliamente. A propósito, qué bien se ha puesto el Café Literario: vale la pena seguir asomándose por ahí, para conocer a los escritores que han estado desfilando. No dejo de lamentar la ausencia de Fernando Vallejo, de quien nadie ha parecido acordarse, aun cuando es uno de los colombianos más estremecedores. Ah, pero no se trate de aplaudirle a la Botarga Bigotona (dado el éxito de este mote, propongo que ya siempre se le diga así: «Gabo» que le diga su mujer)...
Sigue Italia. A ver cómo le hacen, pero necesitan traer, de perdida, a Baricco, Tabucchi, Eco, Magris y Calasso. Habrá que ir apuntándolos en el Club de Amigos de Carlos Fuentes, para que les vayan comprando el boleto. Quiero confiar. Por lo pronto, un cafecito colombiano para despedirnos, y ni modo: a oír a los Aterciopelados en la noche. Ya qué.
Publicado en la columna «¿Tienes feria?», en el suplemento perFIL, de Mural, el domingo 2 de diciembre de 2007.
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Viendo y escuchando a Rubem Fonseca, por ejemplo. En la primera mesa del Encuentro Internacional de Cuentistas, la noche del viernes, el viejo abrió fuego leyendo un cuento pornográfico. Así, brutal, hardcore. Acto seguido, se sentó a escuchar a los demás de la mesa, mientras rayaba algo en un papelito, tan tranquilo. Estuvo de lo más bien: lo triste, sin embargo, fue descubrir que el encuentro tal no tenía ni pies ni cabeza, y que sólo la estatura de los cuatro participantes (Fonseca, Sergio Pitol, Luisa Valenzuela y Ednodio Quintero) justificaba soplarse dos horas ahí, a ver qué se les ocurría decir. Fue particularmente dramático constatar las dificultades que tiene Pitol para articular palabras: ¿por qué se empeñaron en tenerlo ahí? Muy amargo.
Estos últimos momentos de la FIL voy aprovechándolos para terminar de comprar libros. No pude evitarlo: Titino —que así se llama mi maleta— ya se descosió de tantos volúmenes que le he metido. Todavía tengo que darme una vuelta más por la librería del Pabellón de Colombia, que tiene muchas joyitas —varios títulos de R. H. Moreno Durán, pongamos, autor que recomiendo ampliamente. A propósito, qué bien se ha puesto el Café Literario: vale la pena seguir asomándose por ahí, para conocer a los escritores que han estado desfilando. No dejo de lamentar la ausencia de Fernando Vallejo, de quien nadie ha parecido acordarse, aun cuando es uno de los colombianos más estremecedores. Ah, pero no se trate de aplaudirle a la Botarga Bigotona (dado el éxito de este mote, propongo que ya siempre se le diga así: «Gabo» que le diga su mujer)...
Sigue Italia. A ver cómo le hacen, pero necesitan traer, de perdida, a Baricco, Tabucchi, Eco, Magris y Calasso. Habrá que ir apuntándolos en el Club de Amigos de Carlos Fuentes, para que les vayan comprando el boleto. Quiero confiar. Por lo pronto, un cafecito colombiano para despedirnos, y ni modo: a oír a los Aterciopelados en la noche. Ya qué.
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