Se había anunciado que entre los temas del primer «debate» entre los
candidatos a la gubernatura de Jalisco (bueno, lo que haya sido la hora y
media de sopor que nos endilgaron a los ingenuos que nos aplastamos a
verlos) estaría el de la cultura. Y así fue, con eso arrancaron luego de
sus parlamentos de presentación. ¿Por qué entrar por ahí? Porque es un
asunto del que no tienen ninguna intención de volver a ocuparse; porque
lo aburrido o lo más aguado es conveniente despacharlo mientras el
público todavía está acomodándose y no ha acabado de empezar a poner
atención. Pero, independientemente de eso, se podría preguntar por qué
habría que esperar de los candidatos (éstos o cualesquiera, en esta
elección o en la que sea) que dispongan de planes al respecto, si se
trata de una materia a la que son ajenos por definición y que en el
gobierno que se proponen encabezar —como ha sido en todos los anteriores
y como es, en general, en todos los rumbos de la administración pública
en México— estará invariablemente lejos de ser prioritaria. La cultura,
evidentemente, no les interesa a los candidatos, pero además están al
tanto de que tampoco al grueso de los electores: de ahí que, como se vio
el martes, se limiten a pergeñar (para salir del paso, para simular lo
que ni siquiera haría falta que simularan) un manojo de obviedades,
lugares comunes y bobadas.
(Aprovecho para hacer una
aclaración personal: ninguno de los candidatos tiene mis simpatías
porque el primer requisito que yo le exigiría a alguien que aspirara a
mi voto sería la decencia de renunciar a ser candidato en este sistema
de imposturas que es nuestra pseudodemocracia averiada sin remedio. Y
así cómo). Más allá de las indefiniciones y confusiones habituales en
que reincidieron todos —siempre que sale la palabrita «cultura» a los
políticos les da más bien por hablar de educación, identidad,
recreación, turismo y hasta deporte—, lo que alcanzaron a exhibir los
candidatos, antes de empezar a salpicarse con sus inmundicias (bueno,
salvo la seño que prefirió ponerse a leer: pobrecita, se diría, pero ¿no
es execrable también prestarse así a un juego en el que sabe que no
tiene esperanzas, dilapidando así nuestro tiempo y nuestro dinero?), fue
un lamentable vaticinio de que en este ámbito —porque uno de éstos va a
ganar— seguirán prevaleciendo las ocurrencias y las fórmulas huecas
según las cuales la cultura debería siempre servir para algo más:
desarrollo, progreso, alejar a los niños de las drogas, que los
mariachis retumben por toda la eternidad y otras estupideces por el
estilo. Además dejaron claro que, de llegar, se propondrán —ya luego se
verá qué pronto queda desmentido el que llegue— dar más presupuesto al
aparato burocrático del rubro, que si no funciona sin lana, con la
cartera gorda sólo demostraría funcionar peor. En fin: ya se vio qué
traen entre manos —nada que importe—, ya nos podemos entretener con
otras cosas.
Publicado en la columna «La menor importancia», en Mural, el jueves 3 de mayo de 2012.
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