Foto: Mural
Es triste que la literatura mexicana sólo parezca sacudirse la modorra cuando revienta un escándalo como el que se ha suscitado en torno a la concesión del Premio Xavier Villaurrutia de este año a Sealtiel Alatriste. Apenas se supo la noticia, Gabriel Zaid hizo una observación indignada (que dicho premio había «sido colonizado por la UNAM», desgraciada circunstancia en la que «las instituciones millonarias pesan más que el buen juicio lector, cuando apapachan a sus mediocres»), y enseguida Guillermo Sheridan, quien ya traía en la mira al escritor desde hace años, sacó a cuento las comprobaciones que ha hecho de las muchas veces que Alatriste se ha apropiado de textos ajenos haciéndolos pasar como propios. Siguió un copioso temporal de opiniones al respecto, de la lamentación a la injuria —parece que Alatriste nunca ha sido muy querido, y que sobran quienes aprovechan para escarnecerlo, aunque no hace falta: solito ha corrido al ridículo—, pasando por las defensas de lo indefendible y, desde luego, una que otra cavilación pertinente y sensata: el artículo de Jesús Silva Herzog-Márquez (Mural, 6 de febrero) por encima de todos, al considerar las implicaciones del escándalo tenía para la Universidad Nacional, donde Alatriste era poderoso funcionario hasta antier, y para su rector al no haber defenestrado inmediatamente a su subordinado: «Un rector que da clases de moral a la nación imparte, con sus nombramientos, lecciones de cinismo. Plagien, nos aconseja. En este país nadie se da cuenta». (En un artículo publicado el martes pasado en el blog de Letras Libres, Zaid se ocupó nuevamente del asunto a profundidad y con impecable lucidez).
Bueno, es triste porque bien podríamos estar hablando de otros asuntos (libros, autores) francamente más estimulantes y emocionantes que también pasan en las letras nacionales. Pero qué se le va a hacer: en este país de desvergonzados también hay una suerte de alivio cuando uno de tantos llega a ser puesto en evidencia. Apaleado y con la cola entre las patas, al renunciar a su puesto y, poco después, al premio, Alatriste buscó defenderse alegando unas razones risibles y patéticas de las que puede desprenderse que su idea de «plagio» excluye toda connotación reprobable. No plagió, nomás copió y se le pasó entrecomillar y señalar la fuente.
En una conversación que sostuvieron Jorge Luis Borges y Juan José Arreola (publicada en Mural el 4 de diciembre de 2001), el segundo brincó ante una cita que el argentino hizo de George Bernard Shaw: «Perdóneme, eso lo dije yo y lo tengo escrito». Luego Borges trató de apaciguarlo: «Pero es que nada es de uno, todo es de los demás o de algo más profundo», y después de discutir un rato, lo reconvino: «Pero por qué hablar de plagio, hablemos de tradición o de eternidad mejor». Y Arreola remató: «En la eternidad todos nos plagiaremos a todos». A Alatriste (y a cualquier otro usurpador) le habría convenido más esperarse a la eternidad —pero así cómo nos habríamos podido divertir.
Publicado en la columna «La menor importancia», en Mural, el jueves 16 de febrero de 2012.
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