Argüende


El argüende está garantizado con Caín, la nueva novela de José Saramago. Todavía no hay modo de leerla, pues apenas se ha publicado la traducción en España y, aunque vendrá ya volando —el argüende asegura, naturalmente, el éxito comercial—, aún no llega a estos rumbos. (Cosa por demás misteriosa, cómo se deciden las corrientes que llevan y traen los libros por los mares del mercado editorial, y cuántos naufragios hay en esas indiscernibles travesías: libros de los que sabemos que existen, y que jamás alcanzamos a ver que atraquen en las mesas de novedades de nuestras costas diezmadas y tan propicias al olvido). El portugués recuenta ahí, parece, la historia bíblica del primer homicida, y por lo visto lo redime o lo exonera, inculpando en cambio a Dios como autor intelectual; procede enseguida a exponer, siempre en clave novelesca —y, dicho sea de paso, un novelista es todo lo libre que quiera para reformular el mundo como le venga en gana—, su tesis de que Dios está hecho a imagen y semejanza de los hombres, y que como éstos es cruel, caprichoso y vengativo. «El rencor del Dios de la Biblia es el rencor que los humanos han inventado, ya que son los seres humanos los que han propuesto las distintas figuras divinas», resumió en un artículo la traductora y esposa de Saramago, Pilar del Río.
    Lo que siguió a la aparición de la novela ha sido perfectamente previsible. La Iglesia católica portuguesa objetó los pareceres del escritor, tomándolos por ofensas, e incluso un rabino lisboeta desdeñó el libro arguyendo que Saramago «hace lecturas superficiales de la Biblia». Ya algo parecido había ocurrido en 1990, cuando salió a la luz el otro libro «blasfemo», digamos, del Nobel: El Evangelio según Jesucristo. Ahora, mientras ya hay quien pide que se le retire la nacionalidad al autor, y mientras la alharaca crece —alentada por los periodistas, desde luego: ya veo cómo de un momento a otro se recogerán aquí las declaraciones de los jerarcas religiosos, que responderán en automático: hay que recordar lo que pasó con El crimen del Padre Amaro—, las ventas del libro crecen y prometen ponerse cada vez mejor.
     Acaso sea ingenuo preguntárselo, pero ¿hasta dónde esto que se ve es fruto de las maquinaciones mercadotécnicas de una industria editorial que se sirve de toda ocasión de escándalo para resarcirse así de sus ineptitudes y de su falta de creatividad? José Saramago, a veces tan buen novelista, tristemente se ha convertido en un escritor cuya carrera —próxima al fin, qué le vamos a hacer— se ha visto conducida, desde Estocolmo para acá, por las obligaciones del éxito: por el dudoso compromiso con la provocación («Yo no escribo para agradar ni para desagradar: yo escribo para desasosegar», ha dicho a propósito de Caín) y por una propensión al alarde disfrazada de «responsabilidad» que poco tiene que ver con la vigilancia de otra responsabilidad seguramente más alta: la literaria. Quizás ésta sea una buena novela. Pero, en medio del argüende, eso poco va a importar.

Publicado en la columna «La menor importancia», en Mural, el 5 de noviembre de 2009.
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1 comentarios:

Alejandro Vargas dijo...
20 de noviembre de 2009, 12:34

Pues ya está disponible en la Gonvill JIC, pero sí, será un éxito comercial o un gran libro?
Para eso, hay que comprobarlo de primera fuente.

Saludos!