¡Claro que faltan bancas en el camellón de Chapultepec! Como ésta que había antaño. Sabrá Dios dónde tendrá ahora que pernoctar este camarada.
Luego de los trabajos de remozamiento que se hicieron en la Avenida Chapultepec —trabajosos trabajos, sobre todo para quienes seguido cruzamos por ahí: los constructores a cargo de esas obras, como pasó en la Calzada con las adecuaciones para el macrobús, como pasó en las calles hermoseadas del centro, como está pasando ahora mismo con las aceras reventadas en Avenida Vallarta, no son precisamente raudos ni proceden con mucho orden—, luego de que al fin terminaran de barrer y el camellón quedara despejado para volver a usarlo con naturalidad, hubo que ir a dar una vueltita para ver cómo quedó y experimentar eso que los urbanistas llaman apropiación del espacio público —pues, en efecto, mientras haya traxcavos atravesados, varillas regadas, hoyancos ansiosos de romper tobillos y albañiles dormitando, el espacio público deja de pertenecernos a los ciudadanos, o más bien es que jamás es nuestro y por eso las autoridades ocurrentes hacen lo que quieren con él.
¿Cómo quedó Chapultepec? Bonitilla, pero eso ya lo era. Los diseños del piso, en el camellón, han suscitado reacciones diversas: hay quien los ve como si alguien hubiera vomitado mosaicos de colores, pero a mí me gustan, no porque me guste el aspecto de la vomitada, sino porque me hacen evocar, como a muchos tapatíos, los dibujos característicos de las banquetas de antaño. Las jardineras no tienen gran chiste —hay plantitas delicadas que van a desaparecer a la primera granizada—, las luminarias son discretas y dan buena luz en la nochecita... Las fuentes, por lo pronto, jalan y tienen todos sus focos, hay rampitas para sillas de ruedas y carriolas... Nomás he visto dos bancas (o, bueno, banca y media: una no tiene respaldo), y yo espero que pongan más, porque el camellón tendría que funcionar como un dilatado jardín en el que se pueda pasear, pero también hacer pausas ociosas... La noche que fuimos, el sábado pasado, se había instalado, a lo largo de varios tramos del camellón, un buen número de puestos de artesanías, pinturas, regalos —esa categoría de mercancías que, una vez en casa, se convierten automáticamente en tiliches— y un buen surtido de libros de segunda mano; había también dos grupos musicales, que animaban a la pequeña multitud que andaba por ahí. Curioseamos hasta que me engenté, nos tomamos un café en una terraza, y listo.
Según entiendo, está por reactivarse el programa de actividades culturales del Ayuntamiento tapatío llamado, precisamente, Paseo Chapultepec: más o menos esto que presenciamos el sábado, sólo que con foros para las presentaciones de artistas y algunas calles cerradas. Me he enterado en Facebook: en el apartado que tiene la Dirección de Cultura en el sitio web del Ayuntamiento no hay información al respecto —por cierto, el 18 de julio se cumplió un año del último post del Alcalde Petersen en su blog: mucho interés ha de tener en ese contacto con sus gobernados. Ojalá que sí, y ojalá que funcione bien. Para que termine de costear la inversión hecha en la avenida.
Publicado en la columna «La menor importancia», en Mural, el jueves 23 de julio de 2009.
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3 comentarios:
No hay que olvidar, Israel, que el proyecto inicial de Chapultepec era quitar dos carriles por lado, y hacer todo a nivel de piso, cosa que en esta administración se deshecho y se opto por levantar las jardineras y aumentar 40 centímetros por lado.
De convertir chapultepec en una zona totalmente peatonal, se cambio a hacer que los peatones no nos podamos cruzar e invadir a los benditos autos.
Y lo que falta con la torre Chapultepec, si se va a poner bueno eso. Será un caos.
Lo que deberían o deberíamos ya no se diga quitar, sino abolir, es la esperpéntica pirámide que hay entre Pedro Moreno y Morelos, en pleno camellón de Chapultepec, y que obstruye por igual el paso de ciclistas, peatones, bebés en carriola y adolescentes en patineta: monumento erigido, según se lee ahí mismo, para honrar la memoria de la llorada Escuela Militar de Aviación, que ya no está en la zona, por supuesto, y que yo dudo mucho que haya sido tan estorbosa como el adefesio que la rememora. ¡Muerte al pequeño Ramsés que todo munícipe tapatío lleva dentro!
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