Del 4 al 8 de mayo, en las páginas de Mural fue publicándose lo que, de ganar, dice que haría en materia de cultura cada uno de los 12 candidatos principales para las alcaldías de la Zona Metropolitana de Guadalajara. De viva voz y brevemente despacharon vaguedades, despropósitos y obviedades, y todos permitieron corroborar lo evidente: que su entendimiento del tema es miserable, y que, cuando se ven orillados a hablar de él, sus entusiasmos al respecto son fingidos —y, por tanto, irrelevantes.
Alguno declara que haría un Museo del Transporte en la estación del ferrocarril; otro busca vender la ilusión según la cual debería verse en la educación artística un surtidor de futuros empleos; a uno más, la imaginación no le da más que para ocuparse de la cerámica... Hay uno que prefiere pedirles «sus ballets» al ITESO, al Tec y a la UdeG, y mientras otro se inclina por hacer el Museo de la Charrería, hay quien planea una Plaza de los Mariachis en Zapopan. A una le «parece importante que se habiliten academias»; el de más allá pretende abrir un «corredor arqueológico» en Tonalá, y otro habla de una «apuesta fuerte» editorial. No faltan el que quiere crear su Consejo municipal de cultura, el que mejor se iría por echar a andar tianguis ni el que, sencillamente, se dedicaría a la promoción turística de las tradiciones.
En general, coinciden en la supuesta necesidad de acercar la cosa cultural al público, para lo cual piensan —claro— en «hacer eventos». Por el tono circunspecto que adoptan, pretenden dar la impresión de creer en lo que afirman: que la cultura es asunto prioritario. Pero no lo creen, desde luego, ni tampoco tiene mucho sentido exigírselo. Seamos realistas: hablando de políticas públicas, lo prioritario es que se acaben las balaceras de narcos, que los minibuses dejen de matar gente, que no haya hambre, que la ciudad no se inunde, que no escasee el agua, que se detenga la contaminación. Esas cosas. Además, quienes resultan electos tienen invariablemente otros pendientes: saldar las deudas y honrar los compromisos (deshonrosos) que los pusieron ahí, medrar cuanto puedan, velar por el progreso de sus carreras —a dónde brincarán cuando termine su función—, eludir al enemigo y, encima, hacer como que cumplen sus obligaciones. ¿Y la cultura? Ya se verá: pondrán un bailable, pondrán a jalar algún programita vistoso, comprarán o empezarán a construir algún edificio inservible... lo que sea con tal de espantarse esa mosca cuando los moleste.
Lo peor de esto es que los actores de la cultura se conduzcan como si el Estado los tuviera en mente: como si los políticos, en funciones o en campaña, asumieran alguna vez responsabilidades en este terreno —que encima reporta tan pocos votos—, y que se desperdicie tanta energía en procurar la benevolencia o el amparo de la burocracia. Lo mejor que puede hacer un gobierno es no estorbar: que se despreocupen, los candidatos, de inventar disparates; nomás que, quienes lleguen, dejen trabajar en paz.
Alguno declara que haría un Museo del Transporte en la estación del ferrocarril; otro busca vender la ilusión según la cual debería verse en la educación artística un surtidor de futuros empleos; a uno más, la imaginación no le da más que para ocuparse de la cerámica... Hay uno que prefiere pedirles «sus ballets» al ITESO, al Tec y a la UdeG, y mientras otro se inclina por hacer el Museo de la Charrería, hay quien planea una Plaza de los Mariachis en Zapopan. A una le «parece importante que se habiliten academias»; el de más allá pretende abrir un «corredor arqueológico» en Tonalá, y otro habla de una «apuesta fuerte» editorial. No faltan el que quiere crear su Consejo municipal de cultura, el que mejor se iría por echar a andar tianguis ni el que, sencillamente, se dedicaría a la promoción turística de las tradiciones.
En general, coinciden en la supuesta necesidad de acercar la cosa cultural al público, para lo cual piensan —claro— en «hacer eventos». Por el tono circunspecto que adoptan, pretenden dar la impresión de creer en lo que afirman: que la cultura es asunto prioritario. Pero no lo creen, desde luego, ni tampoco tiene mucho sentido exigírselo. Seamos realistas: hablando de políticas públicas, lo prioritario es que se acaben las balaceras de narcos, que los minibuses dejen de matar gente, que no haya hambre, que la ciudad no se inunde, que no escasee el agua, que se detenga la contaminación. Esas cosas. Además, quienes resultan electos tienen invariablemente otros pendientes: saldar las deudas y honrar los compromisos (deshonrosos) que los pusieron ahí, medrar cuanto puedan, velar por el progreso de sus carreras —a dónde brincarán cuando termine su función—, eludir al enemigo y, encima, hacer como que cumplen sus obligaciones. ¿Y la cultura? Ya se verá: pondrán un bailable, pondrán a jalar algún programita vistoso, comprarán o empezarán a construir algún edificio inservible... lo que sea con tal de espantarse esa mosca cuando los moleste.
Lo peor de esto es que los actores de la cultura se conduzcan como si el Estado los tuviera en mente: como si los políticos, en funciones o en campaña, asumieran alguna vez responsabilidades en este terreno —que encima reporta tan pocos votos—, y que se desperdicie tanta energía en procurar la benevolencia o el amparo de la burocracia. Lo mejor que puede hacer un gobierno es no estorbar: que se despreocupen, los candidatos, de inventar disparates; nomás que, quienes lleguen, dejen trabajar en paz.
Publicado en la columna «La menor importancia», en Mural, el jueves 14 de mayo de 2009.
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1 comentarios:
No puede ser posible que quieran hacer una plaza de los mariachis en Zapopan. Mejor que pongan un bonito cuadro en una esquina, eso serviría más.
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