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Sin esperanza
(Sale el espectro, de Philip Roth. Mondadori, 2008)

En una entrevista a propósito de la aparición de ésta, su penúltima novela, Roth advirtió al periodista que buscaba confirmar, por boca del autor, el dejo de esperanza que su lectura había detectado. «No diga eso. No quiero que nadie tenga ninguna esperanza», lo atajó Roth. No la hay, en efecto. A cambio, lo que sí hay es la certidumbre de la aniquilación que a todos nos aguarda. Nathan Zuckerman (un viejo conocido para los incondicionales del firmante de la obra novelística más importante de nuestro tiempo) regresa a Nueva York luego de haberse alejado por más de una década, y encuentra un mundo incomprensible, absurdo, hostil: un mundo peor, todavía, porque lo recibe con la ilusión del amor —ilusión que, desde luego, Zuckerman admitirá sólo para verla hacerse pedazos. Una de las mejores piezas del mejor novelista vivo en lengua inglesa.


En voz alta
(Saber hablar, VV. AA. Aguilar, 2008)

«No habla bien el que no dice nada o el que convierte su habla en un juego floral», se lee en el primer capítulo de este instrucivo del buen decir —un «arte de la retórica» adecuado a los usos y las necesidades de los tiempos que corren—: «Los malos hablantes, algunos de nuestros políticos lo son, suelen confundir a la gente con palabras grandilocuentes, con neologismos, con alargamientos innecesarios» (o, como el Gobernador de Jalisco, con improperios y procacidades de borracho, sencillamente). El libro, propiciado y avalado por el Instituto Cervantes, hace una considerable y razonada revisión de los principios que determinan la mejor expresión oral, y también funciona como un manual útil —y a menudo divertido— para hablar de los mejores modos, con los mejores resultados.


Más allá de la trama

(Partitura para mujer muerta, de Vicente Alfonso. Mondadori, 2008)

Evidentemente, en las historias policíacas la trama lo es todo: la pericia que el narrador posea para guiar a sus lectores por las mismas perplejidades que orientan o desorientan a los personajes, y rumbo al mismo inesperado desenlace que los aguarda. Pero Vicente Alfonso, en este estimable ejercicio del género, consigue que la lectura sea, además de la averiguación que debe ser (sí: hay un crimen, y quien lo investiga, y toda una historia detrás de la que se desprenderán las claves), una sucesión de hallazgos promovidos por una preocupación literaria que va más allá de la mera responsabilidad narrativa: el erotismo, la violencia, la música, la memoria y, al fondo de todo, la vulnerabilidad de las almas, hacen de esta pieza una historia memorable, más allá de lo que por sí sola habría conseguido la trama.


Cuando se ama
(Amores que matan, de Rosa Beltrán. Seix Barral, 2008)

«En el amor todo son frases prestadas y uno nunca está seguro de decir lo que se quiere cuando se ama». Esta verdad —que en efecto es un problema—, es también ocasión inmejorable para que la invención literaria indague en las razones del amor y sus historias, así el primero mate y las segundas siempre estén en la búsqueda de su final. Ésta es una colección de relatos breves e inapelables y, según su autora, «signados por una profunda soledad, por esa necesidad desesperada y casi enferma de encontrar al otro o a los otros». Se incluyen el amor conyugal, el amor por las letras, por las madres, el platónico, el amor en la postmodernidad, el amor por la familia, el filial, por el trabajo, por los viajes, por el ritual, por los ideales: un «catálogo» de lo más apreciable, y estupendamente bien confeccionado.


La desmesura
(Vida y destino, de Vasili Grossmann. Lumen, 2007)

Aunque es recomendable desconfiar de las citas que los editores usan para ensalzar sus mercancías, es difícil pasar de largo cuando el citado es George Steiner. «Novelas como Vida y destino», se nos dice que afirmó, «eclipsan todo lo tenido por ficción seria en el siglo XX». Tal juicio corresponde a una novela insólita por varias razones: por su desmesura (más de un millar de páginas), por sus alcances, por la cumbre que representa en la literatura rusa de todos los tiempos —en la misma cordillera de Tolstói o Dostoievsky— y por la historia de su supervivencia: Grossmann, el primer periodista que dio a conocer al mundo la existencia de los campos de exterminio nazis, no llegó a verla publicada, y sólo gracias al empeño de algunos disidentes, que la sacaron microfilmada de la URSS, donde estaba prohibida, ha llegado hasta nuestros días.


Desde el abismo
(Conocimiento del infierno, de António Lobo Antunes. Mondadori, 2008)

António Lobo Antunes ha estado en el infierno. O en varios infiernos. En la guerra de Angola, donde sobrevivió gracias a que un superior del ejército portugués les leía a Victor Hugo a él y a otros soldados. En la Lisboa que lo recibió de regreso. En los manicomios. Aún acude, se dice, dos veces por semana, al consultorio donde tuvo durante mucho tiempo su práctica como psiquiatra en un hospital de monjas de su ciudad. No es la primera vez que, en las páginas de un libro (él se refiere a los suyos como «libros», solamente: no «novelas», no «ficción»), promueve un descenso a las profundidades más recónditas del alma, a la soledad impensable que hay tras el delirio. Su prosa salvífica, de nuevo, insiste en las insospechadas posibilidades que hay para extraer la poesía más delicada de la materia más atroz.

Publicado en el suplemento Primera Fila, de Mural, los viernes 13, 20 y 27 de junio de 2008.




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1 comentarios:

Héctor Macías dijo...
26 de junio de 2008, 22:33

"Cállate Chachalaca", me recuerda a alguien que debería tener en su escritorio un ejemplar de "Saber Hablar".

Fuera de eso, me sigue pareciendo ese un insulto bastante bueno, bastante rebuscado quizá, ya que si nos vamos al significado...

Chachalaca:

"Ave de la familia de los crácidos, cuyo nombre científico es Ortalis vetula y cuya característica principal es emitir un grito (una repetición estridente de su nombre), además de ser tímidas, ágiles y muy ligeras".

Ha ! Como que dió con el adjetivo perfecto.