Que dice el Dr. Petersen que es imposible evitar esto. Quiera Diosito que un día, cuando ya no sea Alcalde y nadie lo pele (bueno: capaz que lo vamos a hacer Gobernador: ya cumple con el primer requisito, que es ser un inepto), vaya en su coche por el túnel de Las Rosas y lo sorprenda la tormenta ahí adentro, como a este pobre camarada (Foto: Mural/Carlos Ibarra).
«No saben qué hacer», constataba ayer —ya lo sospechábamos— la cabeza de la nota principal de Mural. Desde la medianoche del sábado, Guadalajara ha cumplido puntualmente con la tradición anual que la lleva a convertirse en una ciudad lacustre, y aunque se muestra siempre sorprendida por la llegada aparatosa de las primeras tormentas, lo cierto es que ya desde poco antes el desastre se anuncia también siempre con los primeros vientecillos que apagan semáforos, tumban árboles, se llevan la luz; pero, además, opera una suerte de amnesia colectiva que borra el recuerdo de las inundaciones y los estropicios del año anterior, de tal modo que sólo hasta que nos descubrimos en medio de los torrentes caemos en la cuenta de que el mismo horror —e intensificado— está esperándonos para que lo atravesemos otra vez. Un día no nos va a dejar salir más.
No hay rumbo, en todos los municipios que integran la Zona Metropolitana, por el que las lluvias muestren clemencia. Como una esponja gigantesca, la ciudad se hincha y rezuma agua y lodo y locura, y pobres y ricos chapotean en el desconcierto, la impaciencia, la desesperación y la inminencia de la desgracia. ¿Es normal esto? Desde luego que no, aunque la fuerza de la costumbre es poderosa, y cada año, ya entrado el temporal, uno acaba ingeniándoselas de cualquier modo para sobrevivir. Pero llegará el tiempo —la ciudad continúa creciendo imbécilmente, es decir, sin previsión y sin escarmentar— en que ni siquiera la costumbre ni la resignación servirán para nada, y por lo pronto las autoridades no saben, sencillamente qué hacer.
O bueno: lo más seguro no es que no sepan, sino que no les dé la gana trabajar para averiguarlo. O sí saben, pero prefieren mirar hacia otro lado (hacia el siguiente puesto que desean ocupar, apenas se vean libres de las responsabilidades actuales), y dejar el pendiente a quienes vengan detrás. «Es prácticamente imposible que algún día lleguemos a evitar las inundaciones en la zona metropolitana», declaró, asombrosamente, vergonzosamente, miserablemente, el Alcalde Petersen a la hora de repasar los daños que había ocasionado el diluvio del sábado y el domingo. ¿«Imposible», doctor? ¿Dónde está el diagnóstico que lo demuestra? ¿Cómo llegó a él? ¿Y qué espera que hagamos, entonces? ¿Ya vamos contratando la funeraria? Eso que dijo el Alcalde se publicó el martes; el miércoles, el gerente técnico del SIAPA, a propósito de las medidas provisionales que este organismo pone en práctica para que el mal no sea tan drástico, dijo esto: «El problema no tiene que ver con una solución técnica, porque de éstas hay 20, el problema es financiero y el asunto se va aplazando año con año». Volvamos con el doctor Petersen: ¿no será que sí hay medicinas para el paciente, pero ni usted, ni sus colegas de la ZMG, ni el Gobernador González («Emilio» que le digan los alcaldes) tienen ganas de comprarlas?
El túnel de Las Rosas debería ser declarado Patrimonio de la Humanidad. Nunca la ineptitud y la arrogancia habían logrado una hazaña tan colosal.
No hay rumbo, en todos los municipios que integran la Zona Metropolitana, por el que las lluvias muestren clemencia. Como una esponja gigantesca, la ciudad se hincha y rezuma agua y lodo y locura, y pobres y ricos chapotean en el desconcierto, la impaciencia, la desesperación y la inminencia de la desgracia. ¿Es normal esto? Desde luego que no, aunque la fuerza de la costumbre es poderosa, y cada año, ya entrado el temporal, uno acaba ingeniándoselas de cualquier modo para sobrevivir. Pero llegará el tiempo —la ciudad continúa creciendo imbécilmente, es decir, sin previsión y sin escarmentar— en que ni siquiera la costumbre ni la resignación servirán para nada, y por lo pronto las autoridades no saben, sencillamente qué hacer.
O bueno: lo más seguro no es que no sepan, sino que no les dé la gana trabajar para averiguarlo. O sí saben, pero prefieren mirar hacia otro lado (hacia el siguiente puesto que desean ocupar, apenas se vean libres de las responsabilidades actuales), y dejar el pendiente a quienes vengan detrás. «Es prácticamente imposible que algún día lleguemos a evitar las inundaciones en la zona metropolitana», declaró, asombrosamente, vergonzosamente, miserablemente, el Alcalde Petersen a la hora de repasar los daños que había ocasionado el diluvio del sábado y el domingo. ¿«Imposible», doctor? ¿Dónde está el diagnóstico que lo demuestra? ¿Cómo llegó a él? ¿Y qué espera que hagamos, entonces? ¿Ya vamos contratando la funeraria? Eso que dijo el Alcalde se publicó el martes; el miércoles, el gerente técnico del SIAPA, a propósito de las medidas provisionales que este organismo pone en práctica para que el mal no sea tan drástico, dijo esto: «El problema no tiene que ver con una solución técnica, porque de éstas hay 20, el problema es financiero y el asunto se va aplazando año con año». Volvamos con el doctor Petersen: ¿no será que sí hay medicinas para el paciente, pero ni usted, ni sus colegas de la ZMG, ni el Gobernador González («Emilio» que le digan los alcaldes) tienen ganas de comprarlas?
El túnel de Las Rosas debería ser declarado Patrimonio de la Humanidad. Nunca la ineptitud y la arrogancia habían logrado una hazaña tan colosal.
Publicado en la columna «La menor importancia», en Mural, el viernes 13 de junio de 2008.
Imprimir esto
2 comentarios:
Lo peor es que a mí ya ni me asombran las palabras de los ilustrísimos, sin embargo cabe la posibilidad de que algún día, alguien "sí sabrá qué hacer" y entonces...
Si, escuché tan sesuda declaración. Para que dormir si nos vamos a levantar.
Publicar un comentario