La Historia, pero mejor


«Manejo la espada con más destreza que la pluma, lo sé; lo reconozco», declara el general Guadalupe Arroyo, protagonista de la Revolución del Veintinueve, ya en el retiro después de haber contribuido a forjar, como el hombre íntegro que siempre se preció de ser, el destino de la nación. «Nunca me hubiera atrevido a escribir estas Memorias si no fuera porque he sido vilipendiado, vituperado y condenado al ostracismo, y menos a intitularlas Los relámpagos de agosto (título que me parece verdaderamente soez). El único responsable del libro y del título es Jorge Ibargüengoitia, un individuo que se dice escritor mexicano». Lo que sigue a estas palabras es el relato de las hazañas y las desventuras y el testimonio de los ideales de un militar enfrascado, como tantos otros camaradas suyos, en prolongar la Revolución Mexicana hasta que cada uno pueda sacar el mejor partido; es también, una de las novelas más divertidas que hay, y va firmada (como Arroyo advierte) por un autor que, como ninguno en México, ha sabido que la forma inmejorable de decir las cosas con toda seriedad es a través de la risa.
Jorge Ibargüengoitia se habría convertido en octogenario a finales del año pasado, pero lo impidió un avionazo en el aeropuerto de Madrid, en 1983 —para desgracia de todos nosotros que, en cambio, en 2008 tuvimos que ver llegar a esa edad a cierto novelista insoportable que quiso festejarse escribiendo una ópera. Ibargüengoitia se hallaba entonces trabajando en una novela que iba a llamarse Isabel cantaba. También era articulista en las páginas de la revista Vuelta, como lo había sido durante ocho años en las del diario Excélsior, y gozaba de una fama que, para fortuna nuestra, ha perdurado y hecho posible que sus libros continúen publicándose y ganando siempre nuevos lectores. «Aparte de Los relámpagos», escribió en una nota autobiográfica, «he escrito cinco novelas y un libro de cuentos que, si quiere uno clasificarlos, se dividen fácilmente en dos tendencias: la pública, a la que pertenecen Los relámpagos de agosto (1964), Maten al león (1969) —la vida y la muerte de un tirano hispanoamericano—, Las muertas (1977) —obra basada en acontecimientos famosos que ocurrieron en el interior de un burdel— y Los pasos de López (1981) —que está inspirada en los inicios de la guerra de independencia de México [...] La otra tendencia es más íntima, generalmente humorística, a veces sexual. A ella pertenecen los cuentos de La ley de Herodes (1967), Estas ruinas que ves (Premio Internacional de Novela México, 1974) y Dos crímenes (1969)».
En sus inicios escribió teatro, pero lo dejó porque, según él, lo hacía muy mal (razón que habría que tomar sólo como un pretexto: era un estupendo dramaturgo). Su mudanza a la narrativa significó también la puesta en práctica de una mirada implacable al criticar la Historia (o, más bien, los modos en que ésta se cuenta) y la vida de todos los días: una mirada fascinada y a menudo atónita por la naturaleza contradictoria de lo mexicano; de ahí, quizás, que en el conjunto de su obra predomine una paradoja: aun cuando sus asuntos puedan ser trágicos, como en el caso de Las muertas, por virtud de esa mirada llegan a ser grotescos y, enseguida, infaliblemente risibles: «Que alguien crea que se puede curar a una persona planchándola puede ser ridículo, pero la situación no deja de ser terrible, porque están matando a alguien», observó, perplejo, a propósito de un pasaje hilarante de esta novela que recrea los hechos criminales de las Poquianchis.
Ibargüengoitia renombró la geografía del Bajío (el estado de Plan de Abajo; su capital: Cuévano) y, sin renunciar del todo a su primera carrera, la de ingeniero, trazó en ella caminos que, por virtud del humor, nos conducen invariablemente al encuentro de nosotros mismos. Por lo inesperado de esos recorridos, pocos rumbos en la literatura en español deparan tantas felicidades. Y otro tanto pasa con las compilaciones de su trabajo periodístico (volúmenes como Autopsias rápidas, Instrucciones para vivir en México y Viajes por la América ignota): agudos e inapelables exámenes de lo absurdo que puede ser todo. Se antoja pensar en la falta que ha hecho la inteligencia de Jorge Ibargüengoitia para explicarnos el caos presente, pero, viéndolo bien, sus libros siguen y seguirán sirviendo para tal efecto. Entre otras maravillas.
Publicado en Magis.
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