La noticia, que se dio a conocer hace más de una semana, pasó más bien inadvertida: según reveló alguna fuente autorizada (un astronauta, parece), Bill Gates, el dueño de Microsoft (aunque, a estas alturas, ¿hace falta aclarar quién es?), se ha propuesto ingresar al exclusivo club de los «turistas espaciales», es decir, el reducido grupo de los multimillonarios que pagan por abordar una nave que los lleva a pasear más allá de la estratosfera. Para qué hacen esto, no acaba de quedar muy claro: quizás sea la emoción, que nadie va a discutirles, de contemplar el planeta desde lejos —acaso para deleitarse apreciando lo desolado que luce sin ellos, y tanto mejor si aquí abajo se quedan los paisanos desquiciados que de repente la emprenden a balazos contra sus compañeros de universidad... claro, quizás no venga muy al caso la observación, pero qué alivio debe ser salir tantito de la Tierra mientras anda suelta gente como el coreano endemoniado—; puede que los mueva eso que se da en llamar «espíritu aventurero», y desde luego que cualquiera está en su derecho de saltar en paracaídas, escalar montañas, bucear o cualquier otra necedad por el mero gusto de hacerlo, y sobre todo si lo hace con su dinero, por ocioso que pueda parecernos a quienes hallamos igual o más excitante una buena siestecita enfrente del televisor. El caso es que, por lo visto, el nerd más exitoso de la historia está a punto de darse el gusto de ser astronauta por un rato, así sirva para maldita la cosa su presencia en la tripulación de la nave que le haga lugar.
Debe de ser bonito: romperse el lomo trabajando toda una vida para amasar la fortuna más gorda del mundo; proceder, entonces, a romperles algo más que el lomo a quienes opongan dificultades para que dicha fortuna engorde más todavía, y luego, cuando ya se ha alcanzado a disponer de un poder que, como imaginará todo mortal, no hay imaginación que le dé alcance, permitirse una excentricidad a tono. Bill Gates, Carlos Slim, gente así: ¿qué piensan cuando piensan en el dinero que tienen? Hay preguntas, claro, que no tiene sentido hacerse. En un número reciente dedicado a los sueños, la revista Picnic publicó las fotos de varios hombres a los que se les solicitó escribir en una cartulina qué harían si se ganaban el Melate (el fotógrafo, se entiende, los sorprendía al salir de un expendio, luego de que habían comprado su boleta). Uno, el más viejo, que mira a la lente con recelo, anotó que se dedicaría a coleccionar coches clásicos; otro, de aspecto desastrado, se decidió por la medida más pragmática: escribió que invertiría «en una franquicia de postres»; uno más, de mirada cansada y traje cansado, se aventó a una posibilidad tan descabellada como heroica: potabilizaría el agua del mar. Y otro, el más sonriente de todos, fue el que sin duda tuvo la mejor idea: puso que viajaría a la Luna. Pues eso: ¿cuál podría ser la diferencia entre este camarada y Bill Gates?
Imprimir esto
Publicado en la columna «La menor importancia», en Mural, el viernes 20 de abril de 2007.
3 comentarios:
Gracias JIC, más vale tarde que nunca :p
Viajar a la luna... para mi que va a caducar como sueño inalcanzable. Viajemos a Marte!
yo digo, OGLE-2005-BLG-169lb que al parecer es el serial de algún programa, pero no! es el nombre de un planeta extrasolar.
Me agradó la entrada, esperemos que no tengamos a algún coreano desquiciado que nos desmiembre.
Saludos!
*desmembre
un error con el verbo.
Saludos!
Publicar un comentario