En una de sus últimas apariciones, el escritor Christopher Hitchens acudió a la Convención del Libre Pensamiento de Texas de 2011 para recibir de manos del biólogo evolucionista Richard Dawkins el Premio al Librepensador del Año. Hitchens, aun debilitado por el cáncer que acabaría matándolo, estaba en su elemento, disparando contra uno de los blancos más conspicuos de las batallas que dio en su trayectoria como periodista y ensayista: la manipulación religiosa de cualquier signo y sus consecuencias adversas para el desarrollo de las sociedades y los individuos. Por las crónicas de esa presentación, es de pensarse que ni siquiera la enfermedad habría conseguido reducir la agudeza de sus argumentos ni su vehemencia irónica, así como tampoco la fuerza de sus convicciones y la astucia estilística para hacerlas irresistiblemente persuasivas: Hitchens ha sido uno de los autores de los últimos tiempos en que con más claridad se conjugan la solvencia ética en el ejercicio del oficio y el genio en el uso del lenguaje como un armamento de vastos alcances, sobre todo en cuanto se refiere al esclarecimiento de los malentendidos más amenazantes y la denuncia de las atrocidades y el descaro de quienes controlan el juego. (Su libro Cartas a un joven disidente es un muy emocionante ejemplo del modo en que el escritor elegía sus causas y combatía por ellas hasta las últimas consecuencias).
En esa ocasión, luego de su discurso, una niña de ocho años le pidió recomendaciones de lectura. Lo había esperado hasta el final, acompañada por su mamá, y Hitchens se sentó en una mesa para contestarle por más de quince minutos. La magia de la realidad, de Dawkins, en primer lugar, el mismo autor que da nombre al premio que había recibido (uno de los divulgadores de la ciencia más influyentes, feroz enemigo de los creacionistas); enseguida, Los mitos griegos, de Robert Graves, en primer lugar (y resultó que la niña ya conocía Yo, Claudio, y que era una fan de Graves); luego, «cualquier obra satírica» de Shakespeare y de Chaucer; Infiel, de Ayaan Hirsi Ali, la política y feminista holandesa de origen somalí amenazada de muerte por sus críticas al Islam (para entender lo que significa para una joven crecer en un mundo intolerante); Historia de dos ciudades, o cualquier otra cosa de Dickens (por cuanto este autor enseña a los niños el amor a la lectura); algo de P. G. Wodehouse, el enorme humorista británico («para divertirte»), y, por último, «un poco de David Hume».
Poco después, la niña le escribió a Hitchens: «Gracias por tomar mi pregunta muy en serio. Cuando estaba hablando con usted, me sentí importante porque me trató como a un adulto […] También creo que todos los adultos deberían ser honestos con los niños, como usted lo fue conmigo. Recordaré y apreciaré nuestro encuentro el resto de mi vida, y trataré de seguir haciendo preguntas». Al conocer esta historia, vi a mi hijita de año y medio y le dije: «Regina, ve tomando nota». Y la tomo yo también.
Publicado en la columna «La menor importancia», en Mural, el jueves 13 de septiembre de 2012. Imprimir esto
1 comentarios:
Y ya siento que quiero a Hitchens. Tendré que leer algo de lo que escribió (aparte de Cartas a un joven disidente) y sus recomendaciones.
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