Voz alta

Dos genios absolutos, Enrique Polivoz y Juan José Arreola. Los mayorcitos recordamos claramente cómo el primero imitaba estupendamente al segundo, con capa, chambergo y melena y mirada desorbitadas, repitiendo aquello de «¡No lo conocía, no lo conocía!».
 
Puede pensarse que una parte considerable de la obra de Juan José Arreola se perdió en el aire que disolvía su voz... siempre que no hubiera alguna grabadora para capturar los fogonazos de palabras que era capaz de soltar a cuento de lo que fuera, y cuando hubo quien se hiciera cargo de esa captura, incluso a veces con taquigrafía, para las subsecuentes transcripciones, el resultado era invariablemente prodigioso. Afortunadamente no fueron escasas las ocasiones en que se pudo registrar con toda amplitud y lujo al Arreola hablador, cosa que por ejemplo hizo con generosidad Fernando del Paso, a cuyo empeño debemos ese libro deslumbrante que es Memoria y olvido; abundaron los entrevistadores, como Emmanuel Carballo y Vicente Leñero, y también los amigos que sencillamente se ponían a platicar con él, como Eduardo Lizalde, Luis Ignacio Helguera, Yolanda Zamora o Juan José Doñán, que además lo hicieron en torno de un tablero de ajedrez, seguramente una de las formas mejores de estar en las inmediaciones del maestro de Zapotlán el Grande. O quienes tuvieron la suerte de presenciar, y consignar, sus diálogos con Antonio Alatorre o con Jorge Luis Borges. Hubo, además, una pequeña multitud de escribanos, como Efrén Rodríguez, Hilda Morán y Jorge Arturo Ojeda, pero también muchos desconocidos (tengo un ejemplar de la bellísima primera edición de un libro muy raro, La palabra educación, del que la SEP hizo imprimir 40 mil ejemplares en 1973, ¡para regalarlos!; preparado por Ojeda, se trata de un tomito que reúne, quién sabe cómo, una buena cantidad de fragmentos dispersos de la voz de Arreola, indistinguibles en su factura de otros que nacieron de su mano). Y todo esto por no contar lo que ha de constar en videos o en audios aún no vertidos a la letra impresa: cuánto llegó a salir Arreola en la televisión, y cuántas perlas no llegó a regar por ahí...
        Le importaban muchísimo las posibilidades de la voz, está claro, tanto así que quizás por ello —por hallarse a sus anchas con que sólo hubiera alguien dispuesto a escucharlo— se desentendió de seguir escribiendo libros y mejor se dedicó a hablar. En «Borges, lector», una conferencia de 1996 recogida en el volumen Prosa dispersa, armado por su hijo Orso, Arreola da unas pistas de su amor por la palabra dicha: «He pasado la vida leyendo, y leyendo en voz alta», declara, y más adelante recomienda a sus oyentes «que gocen con toda plenitud ese... ¿cómo llamarlo?... la palabra tesoro está tan dicha como un montón de monedas manoseadas. No, cada lectura es nueva y es intacta». Una buena oportunidad para seguir el consejo tendrá lugar este martes 12, cuando se festeje el Día Mundial del Libro con Lectura en voz alta, esa maravillosa compilación de las pasiones del lector que fue Juan José Arreola. Así que: a aclararse la garganta.
    (Además, exijo a las autoridades federales y locales que esclarezcan el crimen múltiple en que fue asesinado Juan Francisco Sicilia Ortega, hijo del poeta Javier Sicilia).

Publicado en la columna «La menor importancia», en Mural, el jueves 7 de abril de 2011.
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