Paisaje

Foto: Mural / Emilio de la Cruz

El pájaro, la fuente y la jaula: cada que paso por la avenida Arcos, sea a la altura de la Caja del Agua (en el cruce con Circunvalación Agustín Yáñez), sea viniendo en sentido contrario, desde Mariano Otero, o dando vuelta a la glorieta de Niños Héroes, me lo repito: el pájaro, la fuente y la jaula. No recuerdo bien dónde lo leí o a quién se lo oí; en todo caso, ignoro por qué me he obstinado en creer que tal ocurrencia habría de tener un fundamento de verdad —pero ha de ser porque uno, inevitablemente, va fincando convicciones al vuelo, y termina por creer que el mundo ha de ajustarse a ellas, como por ejemplo este paisaje urbano, que tendría que corresponder a esa composición que por algún motivo se fijó en mi imaginación. Consiste en esto: apostándose en el cruce de Arcos y Agustín Yáñez, y orientándose hacia el sur por la primera avenida (dada las torceduras de los trazos viales en Guadalajara a veces resulta difícil inferir los puntos cardinales, así que pongamos: como quien se dirige hacia el Mercado de Abastos), se vería, en primer término, la escultura de Mathias Goeritz conocida como «El Pájaro», ubicada pasandito la vía del tren, en la avenida Inglaterra. Tres calles más adelante, en la glorieta de Niños Héroes (actualmente en obras, dice un letrero, de restauración: por las rasgaduras del plástico negro con que la han envuelto se alcanza a ver que han entrado en serio con picos y marros), la fuente, cuyo chorro se alzaría hasta alcanzar el pico del pájaro; al fondo, finalmente, los Arcos del Milenio (seis, pongamos, como originalmente se suponía), encerrando a la vez al pájaro y la fuente. O sea: una perspectiva mediante la cual se obtendría la imagen de un ave (amarilla) que bebe de una fuente incesante, dentro de una jaula (amarilla también) cuya estructura correspondería a la de los arcos famosos —claro: si estuvieran completos.
        Creo —pero ya se vio que no se puede creer muy bien en lo que uno cree— que alguna vez habré buscado verificar esa perspectiva, y con ella la posibilidad del pájaro enjaulado pero bien provisto de agua. Echando un vistazo a Google Earth, encuentro que para alcanzar el efecto el ángulo tendría que estar despejado de algunos árboles, pero igual: no parece imposible. Quiero pensar que la implantación de la escultura de Goeritz en ese sitio la decidió el juego que haría con la fuente de la glorieta, e incluso que Sebastián, muchos años después, buscó que su pieza estuviera en función del juego dicho.
        Pero una cosa es lo que queremos que sea el paisaje urbano, y otra muy distinta lo que terminan dictando los funcionarios en turno: esa clase rapaz de sujetos sin imaginación, ciegos y sordos en su pésima comprensión del «progreso». La famosa vía exprés, esa barbaridad que están a punto de lanzar sobre la ciudad, a despecho de lo que ésta realmente necesita (y que a todos nos queda clarísimo, menos a esos tipitos), será, entre otras calamidades, una degradación más del paisaje. Por si hiciera falta.

Publicado en la columna «La menor importancia», en Mural, el jueves 17 de junio de 2010.
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