Roberto Calasso: el anfitrión de los dioses


«En las numerosas salas del templo de Tebas se oía un parloteo insistente, un temblor de pies ligeros, un cruce canoro. Todos los dioses habían bajado del Olimpo para las bodas de Cadmo y Harmonía. Vagaban por los aposentos, atareados y locuaces. Afrodita se ocupaba de adornar el lecho nupcial. Ares, insensato y jovial, desarmado, insinuaba un paso de danza. Las Musas ofrecían el abanico de todos los cantos. Las alas de Nice, que se divertía haciendo de criada, rozaban las de Eros velocísimo».
    Todos los dioses. Y con razón: la novia era la hija de Afrodita, y Cadmo, hijo del rey Agenor, era el héroe que había partido, sin más armas que su ingenio, en busca de su hermana Europa (raptada por Zeus, que para el efecto adoptó la forma de un toro blanco), y quien habría de dar a los griegos el invento que terminaría por cancelar la cotidiana convivencia de los hombres y las divinidades: el alfabeto. Vencedor de Tifeo, que pretendía arrebatar a Zeus su lugar preponderante en el Olimpo, Cadmo fue recompensado por este último no sólo con semejante esposa, sino además con la promesa de que haría de él el «salvador de la armonía del cosmos». Y el banquete nupcial fue la ocasión en que dioses y mortales estuvieron más próximos: «En las bodas de la doncella Harmonía los términos extremos del mundo se habían tensado en un acuerdo visible por última vez». A la mañana siguiente, cuando Cadmo y Harmonía despertaban, los Olímpicos habían abandonado el palacio de Tebas, y el mundo nunca volvería a ser igual.
    «Pero, ¿cómo había comenzado todo?». Tal pregunta es el origen de una empresa titánica de erudición, imaginación poética y comprensión profundísima de lo humano y lo divino: una empresa de sabiduría. El autor es Roberto Calasso, quien a partir de esa pregunta se interna en los innumerables bosques de la mitología griega para volver a contar las historias que nos han modelado al paso de los siglos, y quien nos conduce por esas espesuras como un guía preclaro a cuya inteligencia —en la lectura de Las bodas de Cadmo y Harmonía— terminamos debiendo el entendimiento y la fascinación que, de otra forma, difícilmente habríamos podido alcanzar. Calasso (Florencia, 1941) ha dedicado su vida a dos oficios que derivan, con pareja fortuna, de su condición de lector apasionado: la escritura y la edición. Fundador de Adelphi, uno de los sellos más prestigiosos que existen, ha sostenido que el trabajo de un editor consiste en ir componiendo, a lo largo de una vida, un solo libro formado por los títulos que vayan integrando su catálogo; se puede tener una idea del libro que así ha ido armando en Cien cartas a un desconocido, una selección de las solapas (los breves textos que resumen las razones por las que hay que leer un libro) que Calasso ha escrito para sus elecciones: Marcel Schwob, Herman Hesse, San Ignacio de Loyola, Elias Canetti, Thomas de Quincey, Plutarco, Jorge Luis Borges... Un canon admirable al que bien vale la pena confiarse para tomar nuestras propias decisiones como lectores.
    Como ensayista excepcional, que da cauce a su cultura en prolijas narraciones que son a la vez esmerados exámenes de la materia que cuentan, Calasso se ha internado también, así como en la griega, en la cosmogonía india —en Ka, un recorrido deslumbrante por los comercios entre potencias humanas y sobrehumanas en aquella parte del mundo—, pero también en los asombrosos vínculos que se tienden entre el sueño, la locura, la posesión divina y la creación artística. Desde su primer libro, El loco impuro, basado en las memorias de un enfermo mental que sirvieron a Freud para el estudio de la paranoia, el florentino ha perseguido las manifestaciones de la presencia de los dioses entre los hombres, y para ello se ha amparado en las figuras tutelares de Novalis, Hölderlin, Lautréamont, Mallarmé, Baudelaire, Proust o Kafka, entre muchos otros que bien saben de eso.
    Y con tal materia ha hecho gran literatura. «La literatura no es nunca un asunto de un sujeto individual», ha observado. «Los actores son por lo menos tres: la mano que escribe, la voz que habla, el dios que vigila e impone». Los libros de Roberto Calasso, bellamente iluminadores, bien pueden considerarse demostraciones cabales de esa intervención divina.

Publicado en Magis 415

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2 comentarios:

Blanca Andreu dijo...
2 de mayo de 2018, 0:08

No dejes a ninguna jovencita de tu familia cerca de este señor que tan poeticamente relata raptos y violaciones. Aunque ahora ya sea viejo. Su teoría base sobre ese asunto- si despojas Le nozze di Cadmo etc de toda la hojarasca podrás advertirlo- es que las mujeres son víctimas activas. En la Ruina del Kash lo dice con todas las letras " El sacrificio ( del otro) es necesario". A ver cuando lo sacrifican a él para abrir una botellita de champan.

Blanca Andreu dijo...
2 de mayo de 2018, 0:08
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