Es muy probable que al cultivar una nostalgia lo que en realidad vaya echando raíces sea el prejuicio, y que en la obcecación inútil de ver para atrás esté perdiéndose uno de lo que pueda haber aquí mismo, o más adelantito. Por eso a los viejos memoriosos se termina por dejar de hacerles caso, y por eso, si uno se enterca en las lamentaciones de lo que ya no es, acaba por volverse cada vez más ideático. Pero lo cierto es que tampoco parece haber remedio, y que ver crecer la propia edad es ver multiplicarse las ocasiones para la añoranza infértil y el disgusto cotidiano que uno gana al ceder a ella. Por ejemplo: apenas voy enterándome de que el pasado 23 de marzo murió el escritor Mauricio Kleiff, el libretista de programas inolvidables como Los Beverly de Peralvillo o Los Polivoces (una televisión que ya no existe, materia de nostalgia que a muchos nos concierne, pero que en realidad no le importa a nadie). Antes de empezar a pensar en lo triste de la noticia, lo que me solivianta —bonito verbo, «soliviantarse», pero empolvado y sólo imaginable en boca de un anciano rabioso como Don Teofilito— es el retraso con que la descubro. Claro: ahora veo, echando un ojo a los basureros de internet, que pasó fugazmente en las páginas de espectáculos de algunos diarios, y que unos cuantos articulistas —nostálgicos como yo— la comentaron más oportunamente, y creo que si me la perdí fue por estar atento a informaciones más estruendosas e inútiles, como el caso de la niñita aparecida que está sirviendo para desbaratarle los sueños presidenciales a un gobernador... Parecerá que me despisto (cosa muy propia del cascarrabias que al farfullar sus corajes brinca de un asunto a otro), pero a lo que voy es a esto: los entretenimientos que surte la televisión en México son de naturaleza tan perversa que es difícil no echar de menos —y sin que sirva de nada—figuras como la de Kleiff, cuyo trabajo nos alcanzó a tocar de un modo infinitamente más edificante y que, sin embargo, desaparecen sin dejar más legado que las evocaciones que cada quien sea capaz de preservar: nada, de cuanto se produce hoy en día, tiene a esas figuras en cuenta.
Me entero, así, de que Mauricio Kleiff llegó a México luego de una infancia que debió de ser horrible en la Polonia de la Segunda Guerra Mundial; empezó como vendedor de seguros y de joyas, pero era apostador incorregible, y escondiéndose de sus acreedores fue como empezó a escribir chistes para el Loco Valdés, El Comanche, El Borras y Héctor Lechuga; luego tuvo lugar el venturoso encuentro con Los Polivoces, del que nacieron personajazos como El Guachangüer y El Mostachón, Gordolfo Gelatino y su mamá Doña Naborita, Agallón Mafafas y Juan Gárrison y Don Laureano y Doña Lencha. Escribió más de dos mil programas de televisión. Y lo que yo digo es: pocos escritores como él —en cualquier ámbito— han tenido un entendimiento mejor de lo mexicano y nos han hecho tan felices. Es triste —y de qué sirve que lo sea— que ya nunca vaya a haber nadie así.
Me entero, así, de que Mauricio Kleiff llegó a México luego de una infancia que debió de ser horrible en la Polonia de la Segunda Guerra Mundial; empezó como vendedor de seguros y de joyas, pero era apostador incorregible, y escondiéndose de sus acreedores fue como empezó a escribir chistes para el Loco Valdés, El Comanche, El Borras y Héctor Lechuga; luego tuvo lugar el venturoso encuentro con Los Polivoces, del que nacieron personajazos como El Guachangüer y El Mostachón, Gordolfo Gelatino y su mamá Doña Naborita, Agallón Mafafas y Juan Gárrison y Don Laureano y Doña Lencha. Escribió más de dos mil programas de televisión. Y lo que yo digo es: pocos escritores como él —en cualquier ámbito— han tenido un entendimiento mejor de lo mexicano y nos han hecho tan felices. Es triste —y de qué sirve que lo sea— que ya nunca vaya a haber nadie así.
Publicado en la columna «La menor importancia», en Mural, el jueves 15 de abril de 2010.
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1 comentarios:
Carranza Israel:
Como siempre de tan brillante preciso y pulcro discurrir. A mí ya no me gustaba hacerla de Obituario y estar a cada rato con el moño negro a causa del duelo que se produce cada que se va un personaje entrañable; Pero ahora que Kleiff se fue a la concha (recoveco subterráneo de donde le soplan el texto a los actores, no me maleinterprete jaja) del teatro del mas allá, me ví impelido a postearlo en la internet, y dirigirlo a algunos de los viejos jóvenes que algunos somos(añorantes de aquella fresca comedia ya tan rumiada hoy día). Pudiera aventarme aquí un largo comentario de lo que me produce su partida, pero para qué te quito tu tiempo pero creo que el mejor tributo a su talento y memoria eso oyendo o viendo el material que nos brindó.
Un abrazo y nos vemos pronto.
-"No somos nada", como diría el tío "No es nada" de la familia de la pecas en los Beverly de Peralvillo-.
Jors.
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