Recientes investigaciones científicas han demostrado que puede ya considerarse la iluminación artificial como una forma de contaminación. Las densas iridiscencias que las grandes ciudades surten para que la noche sea otra forma del día han alterado irremediablemente el ciclo circadiano de las sociedades, y de tanta desconsiderada luz no cabe más que esperar otra forma de la catástrofe. Menos apocalípticas, pero a su modo terribles, son las catástrofes que animan El clan de los insomnes, la lúcida y desopilante colección de incursiones que la ensayista y narradora Vivian Abenshushan (Ciudad de México, 1972) ha hecho por los territorios de ese abuso de la realidad que es el desvelo.
El título, proveniente del epígrafe de Cioran que la autora instaló al frente de estas páginas, advierte que los cuentos irán en pos, sobre todo, de los testimonios descabellados e impecables de un puñado de individuos para los que dormir es imposible o impensable: un psicólogo con dislalia (y con insomnio y sin imaginación) que se ha visto al frente de una inverosímil clínica de trastornos del sueño; un escritor suspendido en el limbo de la esterilidad creativa; una actriz que ha matado a su marido varias veces; otro escritor que, las luces encendidas todo el tiempo, prospera en una fuga que es a la vez una persecución; una muchacha que presencia y llega a encabezar una conjura anarquista delirante, y un pueblo del que las mujeres se van dejando a sus hombres en la tarea de fabricar La Cama que los salvará de la desolación del abandono. Pero más allá de eso, cada cuento extiende una indagación minuciosa de las posibilidades que para el entendimiento y la emoción abre esa condición a la vez dolorosa y desaforada que se alcanza tras incontables noches sin pegar los párpados: cada personaje, en su comprensión de lo que le ocurre (y en el provecho que mal o bien ha de sacar a su circunstancia) va llegando a ciertas «revelaciones del desaliento» que difícilmente depararía la vigilia a quienes observan hábitos más o menos higiénicos para dormir cuando se debe y, cuando se debe, estar despiertos.
Vagando entre el desconsuelo y el frenesí de la fantasía, condenados a vivir en «el terror del próximo día» y a la luz de las imaginaciones incesantes que suelen poblar las altas horas, llenando el silencio de sus noches con la espera del «ruido de los aviones o los pájaros de la mañana», los personajes convocados por Abenshushan han corrido con la suerte de que ella haya puesto a su disposición una escritura atenta y aguda que no sólo administra con pericia el ritmo de la relación de sus aventuras (pues sabe bien que, si sus personajes no duermen, los lectores a veces tenemos esa detestable costumbre, de manera que nos niega absolutamente toda oportunidad de dar cabezadas), sino que además aprovecha para desplegar su apreciable manejo de la ironía y cierto talante ágilmente meditativo que acentúan el carácter insólito de las historias y definen favorablemente su estilo. «Como los sueños, sus relatos no deben ser convincentes, sino memorables», dice el memorable Bérgamo de «Homenaje al Doktor Zorasky» a propósito de las narraciones que los insomnes debían exponer para alivio y regocijo de su peculiar cofradía: Abenshushan, evidentemente, consigue ambos méritos.
Si bien no están a salvo de la tribulación o la desdicha que, se dice, hacen una condena del insomnio (una suerte de naufragio ininterrumpido, tendemos a creer: una expulsión cruel del paraíso de las sábanas y el ronquido), los personajes aquí reunidos no dejan de participar en las averiguaciones que la autora emprende sobre el deseo o las atrocidades del progreso («La conjura de los peatones»), sobre la ilusión de la libertad («La cama de Lukin»), sobre la fatalidad erótica («La esposa despierta») o sobre las falacias del arte («Kuboa»). Y es sobre todo en los cuentos «Homenaje al Doktor Zorasky» y «Ningún rapto es pasajero», de tramas decididamente intachables, donde consta que esas averiguaciones no desatienden los imperativos de una narrativa rigurosa y depurada.
Tal vez la iluminación con que se quiere derrotar a la noche sea una calamidad más con la que tendremos que arreglárnoslas, y habrá entonces que ir adaptándose al paulatino imperio del insomnio. Pero si habrá insomnios como éstos en el que nos aguarda, sea felizmente bienvenido.
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Vagando entre el desconsuelo y el frenesí de la fantasía, condenados a vivir en «el terror del próximo día» y a la luz de las imaginaciones incesantes que suelen poblar las altas horas, llenando el silencio de sus noches con la espera del «ruido de los aviones o los pájaros de la mañana», los personajes convocados por Abenshushan han corrido con la suerte de que ella haya puesto a su disposición una escritura atenta y aguda que no sólo administra con pericia el ritmo de la relación de sus aventuras (pues sabe bien que, si sus personajes no duermen, los lectores a veces tenemos esa detestable costumbre, de manera que nos niega absolutamente toda oportunidad de dar cabezadas), sino que además aprovecha para desplegar su apreciable manejo de la ironía y cierto talante ágilmente meditativo que acentúan el carácter insólito de las historias y definen favorablemente su estilo. «Como los sueños, sus relatos no deben ser convincentes, sino memorables», dice el memorable Bérgamo de «Homenaje al Doktor Zorasky» a propósito de las narraciones que los insomnes debían exponer para alivio y regocijo de su peculiar cofradía: Abenshushan, evidentemente, consigue ambos méritos.
Si bien no están a salvo de la tribulación o la desdicha que, se dice, hacen una condena del insomnio (una suerte de naufragio ininterrumpido, tendemos a creer: una expulsión cruel del paraíso de las sábanas y el ronquido), los personajes aquí reunidos no dejan de participar en las averiguaciones que la autora emprende sobre el deseo o las atrocidades del progreso («La conjura de los peatones»), sobre la ilusión de la libertad («La cama de Lukin»), sobre la fatalidad erótica («La esposa despierta») o sobre las falacias del arte («Kuboa»). Y es sobre todo en los cuentos «Homenaje al Doktor Zorasky» y «Ningún rapto es pasajero», de tramas decididamente intachables, donde consta que esas averiguaciones no desatienden los imperativos de una narrativa rigurosa y depurada.
Tal vez la iluminación con que se quiere derrotar a la noche sea una calamidad más con la que tendremos que arreglárnoslas, y habrá entonces que ir adaptándose al paulatino imperio del insomnio. Pero si habrá insomnios como éstos en el que nos aguarda, sea felizmente bienvenido.
El clan de los insomnes, de Vivian Abenshushan. Tusquets, Ciudad de México, 2004.
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