No he podido dar con la fuente de donde saqué esta información, acaso
descabellada, pero también suficientemente verosímil; según yo, hace
algunos años se habría levantado una encuesta (seguro por cuenta de un
periódico, que los periódicos saben incurrir en semejantes ociosidades, y
sus lectores ociosos las admitimos y les prestamos la atención excesiva
que delimita las regiones más inútiles de la vida), y dicha encuesta
habría tenido un alcance mundial, por lo que su resultado tenía la
autoridad que da lo planetario: a la pregunta de cuál debería
considerarse la palabra más cursi del idioma español, las multitudes
hispanohablantes respondieron mayoritariamente: pompis. Yo he
venido creyéndolo desde entonces, pero con una reserva: aunque juzgué
esa elección correcta, creo que debe considerarse esta posibilidad:
pompitas (como en la expresión: «Me duelen mis pompitas»).
Ahora me entero de que hubo un concurso para elegir la palabra más
bonita del español —demasiado tarde me entero: amigo de las ociosidades,
me habría encantado entrarle. Promovida por el Instituto Cervantes con
motivo de la celebración de un día dedicado a este idioma, la
competencia fue entre 30 palabras propuestas por otras tantas
«personalidades» (los cervantinos entienden por «personalidad» un común
denominador que afilia a Shakira con Antonio Gamoneda, con el
recientemente indiciado Emilio Botín y con Diego Forlán). Votaron 33 mil
personas por internet —esa representación ilusoria de lo «mundial»—, y
alegremente se dio a conocer, el 18 de junio, que había ganado una
palabra que no es española, sino quizás otomí o purépecha: Querétaro.
La propuso el actor Gael García Bernal («Podía haber sido un guapo más
si no fuera por esa mirada ambigua y desafiante, llena de azul», lo
define su emocionante presentación en la página donde se llevó a cabo la
votación), quien argumentó, entre otras guapas razones: «Además es
larga, y tiene esta mezcla de la q, la u, la e...».
La verdad, no había mucho de dónde escoger: murciélago (Boris Izaguirre), Santander (el supradicho Botín), Jesús (Juan Luis Guerra), investigación
(Margarita Salas). Shakira propuso meliflua —habrá entendido que le
preguntaron por la palabra que la define—, Vargas Llosa la previsible libertad. Faltaron ocurrencias mejores, qué se le va a hacer: inguinal, gorupo, clembuterol.
Pero, aparte de eso, ¿para qué querrá un idioma que se le haga
propaganda, y para qué un concurso de belleza, si los hablantes se
encariñan por cuenta propia con las voces que llegan a volvérseles
indispensables? Y además: ¿qué es lo bonito? (Me acordé de una maestra
inepta de literatura en la prepa, que quiso explicarlo a lo largo de
todo un semestre, sin conseguirlo). Ojo, que la cursilería es
contagiosa, y lo peor de cursilerías como este concurso es que
invariablemente nos meten en el brete de hacer nuestras propias
deliberaciones —ociosísimas, desde luego.
Publicado en la columna «La menor importancia», en Mural, el jueves 23 de junio de 2011.
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