Derroches

 
Si de lo que se trata es de derrochar...
Hace poco, cuando les repartí las fotocopias de una lectura que debían hacer para la clase a los universitarios que cada semana me soportan (algo de Philip Roth, creo; también yo: las cosas que los pongo a leer), una alumna se acercó al final y me preguntó, con un dejo de reproche, por qué las tales copias iban impresas sólo por una cara de la hoja. Me tomó por sorpresa y no supe qué responderle; acaso culpé cobardemente al empleado de la fotocopiadora. Aunque pronto inferí que el reclamo era de índole ecológica —el desperdicio que suponía mi descuido: imprimiendo por el frente y la vuelta habría usado sólo la mitad del papel, y quizás un arbolito no habría tenido que desaparecer de este mundo podrido—, luego de estar sopesándolo detenidamente, a lo largo de varios días (soy de reacción retardada), terminé por admitirlo y por descartar los argumentos deficientes que alcancé a urdir en mi defensa. Qué más da, pensé en algún momento, que el encuentro con la lectura (y más con una lectura, según mi juicio, indispensable) suponga la tala de un arbolito o de un bosque: por qué habría de distraernos esa preocupación de lo verdaderamente importante, que es el conocimiento de un texto que blablablá... Nada: las razones del espíritu, para decirlo con toda la cursilería necesaria, no tiene sentido oponerlas a las de la vida práctica, que invariablemente terminarán sobreponiéndose a aquéllas, y no hay derroche que valga porque no hay derroche que no se haya podido evitar.
    Otra ocasión para constatar semejante obviedad la tuve cuando, hace unos días, hallé a la venta el Libro de los pasajes, de Walter Benjamin (publicado por Akal, en España, en 2005). No traía precio, y cuando se lo pregunté a un empleado me fue imposible reprimir una carcajada. $2,190 pesos. «Es ridículo», todavía le dije. «Sí», repuso, «nadie lo ha comprado», y me arrebató el ejemplar. Podrá ser un libro muy apetecible —y ni tanto: me llevó a él únicamente la casualidad—, pero desembolsar semejante suma supone avalar, con el despilfarro correspondiente, la delirante y hasta perversa dinámica del mercado editorial, que ha hecho de la adquisición de libros una forma de la insensatez. No hay justificación para que un solo libro cueste eso —la habrá, claro, pero será inverosímil—, pero menos la hay para pagarlo. ¡Son más de dos meses y medio de cigarros! De modo que Benjamin se quedó en su sitio, mudo e impasible, y yo seguí en lo mío, que es maldecir y rumiar.
    Las fotocopias, como las que les entrego a mis alumnos, serán la solución más indeseable —y además manchan los dedos con la tinta de lo ilegal—, pero también la única. Porque, en el fondo, las razones del espíritu (otra vez la cursilería) son obstinadas, y aunque las sofoque la famosa realidad, de cualquier modo siguen resollando. ¿Por qué hay que seguir leyendo? Porque no se puede. Porque no hay dinero ni tiempo ni papel. Ni voluntad ni ingenio para los libros dejen de ser derroches penosos y absolutamente evitables.

Publicado en la columna «La menor importancia», en Mural, el sábado 14 de marzo de 2009.
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4 comentarios:

Anónimo dijo...
15 de marzo de 2009, 11:31

Israel, muy de acuerdo en tus reflexiones, pero al final podrías pedir tus fotocopías por las dos caras si no te cobran tanto, jejeje.

Cuidate, un gran abrazo

Marina

Micro dijo...
17 de marzo de 2009, 22:38

Azote, ahora que mencionas a Philip Roth, ¿recuerdas a la compañera que a media clase nos confesó que su mamá tenía cáncer?

Pues su progenitora murió ayer.

Anónimo dijo...
25 de marzo de 2009, 20:03

Profesor:
Me parece que las palabras de una alumna - y más de una que seguramente será del ITESO y que estará inmiscuida tanto en problemas ecológicos como de migración, indígenas, café chiapaneco, los pobres, el feminismo, las bicis y todas aquellas cosas raras y fanáticas que suceden en la universidad- no invitan a ninguna reflexión.

Me parece que deja ver muy blandito... =)(Aunque qué, pues ni modo de andar ahí diciendo que a uno no le importa aquello del reciclaje, no?)

Saludos!

Alejandro Vargas dijo...
4 de abril de 2009, 0:15

Tu sigue repartiendo fotocopias, por un lado u otro, el punto es que se lea o igual podrías hacer como una lista de suscriptores, apuntas su mail y se los mandas bien mono por eso que le llaman el e-mail.

En lo personal, me gustan más las copias, mancharme los dedos y pensar: "gracias arbolito, me estás ayudando en mi crecimiento, neta que no te desperdiciaré".