Como si nada

 
Propuesta: la Dirección de Cultura de Guadalajara puede funcionar perfectamente con una combi, una fotocopiadora y un mono que la atienda. Nomás es cosa de remozar este modelito.
¿Por qué pasa lo que pasó en la Dirección de Cultura del Ayuntamiento tapatío? Porque se puede. O sea: en teoría, puesto que hay leyes y regulaciones que previenen las trapacerías (y que, cuando éstas han tenido lugar, establecen cómo se ha de castigarlas), debería ser imposible incurrir en bajezas, estupideces y trácalas como las que, al hacerse del conocimiento público, desembocaron en la «separación del cargo» de dos funcionaritos (los hermanos Solano) y en la renuncia de la titular, Elena Matute. Pero de que se puede, se puede. Y más en un área como la balconeada en esta ocasión: porque en realidad es escasísimo el interés que la cultura tiene para la actual administración municipal —y también para las anteriores, y también para las futuras, y para las estatales y para la federal, ayer, hoy, mañana y siempre—, lo más natural es que se edifique ahí un aeropuerto donde aterricen y despeguen pilotos que tripulen aviones cargados con cualesquiera otros intereses (como el proselitismo partidista en esta ocasión). ¿Dónde metemos gente que cobre por algo que no hará, para que haga algo por lo que no podría cobrar? En Cultura: al fin que no se nota, que no importa, que es de donde más fácilmente, y sin que a nadie le pese demasiado, hay manera de distraer recursos —mismos que dejan de usarse en bailables, payasitos, clases de macramé o cosas así.
    Las dependencias oficiales cuya labor tendría que consistir en la procuración de facilidades para quienes crean y sostienen la dinámica cultural de una comunidad (artistas, empresarios, promotores, etcétera), pero tambien para los públicos con los que esos actores necesitan encontrarse (si no hay un teatro, al menos se despeja un baldío para que la obra se represente, la gente vaya y todo mundo contento), son dependencias útiles cuando funcionan bien, o sea casi nunca, pero no indispensables. El Estado asume que debe mantenerlas operando, lo mismo que los actores que a ellas acuden (acudimos: el que esto escribe también se ha servido de ellas en más de una ocasión), en virtud de una idea más bien supersticiosa según la cual Conaculta, las secretarías o los institutos de Cultura, las oficialías o las direcciones municipales, etcétera, existen porque así debe ser: porque su funcionamiento parece inherente al funcionamiento de una sociedad que se quiere democrática. Pero, en la práctica, en el mejor de los casos la cultura para el Estado es ornato (o un derivado de la promoción turística) o, como se ha visto, un cuchitril escondido donde hacer porquerías; para los actores culturales, las instituciones públicas son fuente de ingresos —cuando bien nos va: dan becas, operan como bolsa de trabajo—, o surtidero de obstáculos —los caprichos o las ocurrencias de los funcionarios en turno, las trabas burocráticas.
    ¿Y? La oficina municipal sigue adelante. Doña Matute salió con la cola entre las patas. Ya hay nuevo director (optimista y entusiasta). Tendrá casi 77 millones de pesos para trabajar en 2009: casi 62 de esos millones se irán en nómina.
Publicado en la columna «La menor importancia», en Mural, el viernes 19 de diciembre de 2008.
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2 comentarios:

Micro dijo...
19 de diciembre de 2008, 11:52

¿cómo se llama el gobernador que cuando le preguntaron que a quien pondría en cultura respondió que "ya encontraremos a un mariconcito" o algo así?

Así de feo se ve a la cultura. Chale.

Luis Vicente de Aguinaga dijo...
19 de diciembre de 2008, 17:46

Micro: el referido robernador no es otro que Rigobruto, amo y señor de Nayarit entre 1993 y 1999. Ochoa, se apellida. Rigoberto es amor. "Para la cultura ya encontraremos algún jotito", dijo. Gran hombre.

En cuanto al artículo de Israel, da en el clavo al definir eso que políticamente se llama cultura como "un derivado de la promoción turística". Pero -es obvio- un derivado transgénico, tóxico y chapucerísimo.

Por lo demás, organizar espectáculos de coros dominicales, exposiciones de señoras y señores que pintan jícamas, bailables del viejito y el venado y ventas de libros tipo 'Cien recetas con aguacate' o 'Por qué las cabronas aman a los hombres' tampoco es la gran cosa. Mejor que ni exista esa variante de la cultura. Mejor que ni exista la cultura.