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Stevenson, sobrenatural
(El diablo de la botella y otros cuentos, de R. L. Stevenson. Alianza, 2007)

Lo supieron Chesterton, Schwob y Borges, tres de sus mejores lectores: no hay encuentro con las invenciones literarias de Robert Louis Stevenson que no sea imborrable. Lo sabemos también quienes hemos estado en La Isla del Tesoro, o quienes hemos presenciado la atroz historia del Dr. Jekyll y Mr. Hyde. Y lo comprobarán quienes dediquen unas formidables horas a internarse en los cinco relatos compilados en este volumen: es el Stevenson que mejor conoce su oficio, un autor que tiene en muy alta estima la inteligencia de sus lectores y que calcula esmeradamente la progresión del misterio, promovido aquí por la presencia de lo sobrenatural, así como el trazo nítido de caracteres inolvidables. (El volumen, felizmente, recoge «Olalla», un estupendo cuento que publicó el FCE hace algunos años, y que ya parecía irrecuperable).


Una crónica del infierno
(Gumaro de Dios, el caníbal, de Alejandro Almazán. Mondadori, 2008)

«Un día fui a conocer a un joven que después de matar a su compañero vagabundo se lo devoró a dentelladas. Hasta su nombre parecía sacado de alguna extravagante novela negra: Gumaro de Dios». Es el arranque brutal de una crónica brutal. Porque, en efecto, no se trata de ninguna ficción urdida según los propósitos de la literatura de horror: es la reconstrucción, puntual en los pormenores, del crimen, los motivos y el proceso de ese joven que en diciembre de 2004 asesinó a su camarada y fue comiéndoselo. No es fácil, desde luego, internarse por un territorio tan espeluznante (algo muy parecido al infierno, nada menos); sin embargo, las virtudes del cronista, uno de los mejores que hay actualmente en la prensa mexicana, hacen posible que la lectura valga enormemente la pena.


Más allá de pareceres
(2006: Hablan las actas, de José Antonio Crespo. Debate, 2008)

Lo ha demostrado la historia reciente de México: entre mayor sea la importancia que se conceda a las opiniones (a las declaraciones, en cualquier sentido y con cualesquiera intenciones, de que la prensa suele nutrirse para hacerlas pasar por noticias), menor es la atención que se presta a los datos. José Antonio Crespo, haciendo a un lado esa querencia fácil y perniciosa por los pareceres y los dichos, se tomó el trabajo de revisar los datos y sacar cuentas: una revisión de las actas de escrutinio y cómputo correspondientes a 150 de los 300 distritos legislativos, «la única documentación oficial de donde puede emanar el veredicto oficial» de las elecciones presidenciales de 2006. En este libro consta lo que resultó de esta labor: las inconsistencias y las incógnitas, pero sobre todo las omisiones del Tribunal Electoral respecto a ellas. Para que cada quien siga opinando lo que quiera.


Uno de los nuestros
(Lord Jim, de Joseph Conrad. Mondadori, 2007)

Con Joseph Conrad, como con otros escritores de su estatura gigantesca, sucede que se vuelve tremendamente complicado decidir cuál habría de tenerse por su obra mayor. Es complicado y es ocioso, desde luego. Pero Lord Jim, como sea, bien puede calificar como uno de sus títulos más emblemáticos, y su protagonista como uno de los personajes más fascinantes —y no sólo de la imaginación conradiana. «Una mañana soleada, en los típicos alrededores de una ensenada oriental, le vi pasar», declara el autor, en la nota introductoria donde adelanta sus razones: «atractivo, imponente, bajo una nube, en completo silencio. Y es así como debía ser. Mi cometido era, con toda la comprensión de la que fuera capaz, dar con las palabras perfectas para explicar su existencia. Él era uno de los nuestros».


De mudanzas
(Decir casi lo mismo, de Umberto Eco. Lumen, 2008)

Como muy honestamente lo advierte Umberto Eco, este volumen está dedicado a los problemas —y las posibilidades para la inteligencia y la imaginación que abren esos problemas— de la muy específica actividad que consiste en hacer mudanzas entre unas lenguas y otras, y por ello «el que lo abre sabe lo que le espera». Hecha esa declaración, lo que sigue es invariablemente fascinante: el registro apasionado de los muchos años de estudio que el profesor italiano ha consagrado a la traducción, en la colección de conferencias, cursos y ensayos con que se ha ocupado del tema. «He considerado siempre que la traducción propiamente dicha es un asunto serio», declara el autor, «que impone una deontología profesional que ninguna teoría deconstructiva de la traducción podrá neutralizar nunca». Ojalá lo lean muchos de los pésimos traductores que infestan las grandes editoriales españolas.


La gran aventura
(Cazadores en el horizonte, de Carlos Chimal. Alfaguara, 2005)

«Nos acercábamos al año 2010 y los humanos no estábamos a punto de descender en suelo marciano ni de resolver los enigmas del cáncer. En cambio, asistíamos al nacimiento de una nueva física, algo que no se había visto nunca». Carlos Chimal, sabedor de que la comunicación del conocimiento científico es una tarea a cuyos fines pueden contribuir decisivamente los servicios de la literatura, comienza así el relato de una aventura fascinante por los descubrimientos más significativos de los últimos tiempos en torno al átomo. «¿Qué puede hacer la literatura por la ciencia?», se preguntaba en 1996 Jean-Marc Lévy-Leblond. «Nosotros los científicos estamos demasiado solos [...] somos tan torpes que, a menudo, nuestra torpeza aburre y nuestra brutalidad asusta a la sociedad. [...] Gracias a los novelistas, a los dramaturgos, a los poetas, por no dejarnos solos».


Para el entendimiento
(El alma está en el cerebro, de Eduardo Punset. Aguilar, 2007)

Para sus lectores en la prensa escrita, es muy posible que los artículos de Eduardo Punset constituyan lecciones decisivas para la vida de todos los días —aunque no lo parezcan. Lúcido y esclarecedor, pertinente y puntual, el divulgador facilita el encuentro con el conocimiento científico del mejor modo: acercándonos a su examen desde nuestra más íntima experiencia. Y es lo que sucede en este libro: en un apasionante repaso de las disciplinas que se ocupan del comportamiento humano, Punset aborda temas cardinales como la felicidad, la inteligencia, la violencia o el aprendizaje, y siempre con la actitud cordial de los mejores ensayistas: los que buscan que, al entenderlos, terminemos entendiéndonos mejor a nosotros mismos.


Una selva
(Manual de flora fantástica, de Eduardo Lizalde. Cal y Arena, 1997)

Es un misterio y una maravilla que este libro aún pueda conseguirse. Apareció hace más de diez años, y en su momento llegó a ser un acontecimiento notabilísimo: el poeta Eduardo Lizalde, una de las voces más altas de la literatura mexicana contemporánea, presentaba una hermosa compilación de obsesiones, leyendas, hallazgos, noticias y fabricaciones fabulosas respecto a la «flora natural y legendaria» que han atareado la imaginación de hombres de ciencia y de letras a lo largo de los siglos. Un despliegue de elegante erudición y de inagotable curiosidad, este libro —«por naturaleza inconcluso (como toda selva)», dice el autor— es una incursión breve pero deslumbrante en un tema infinito, tan vasto como las plantas que en la tierra y en los sueños han sido.

Publicado en el suplemento Primera Fila, de Mural, los viernes 1, 8, 15 y 22 de agosto de 2008.
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4 comentarios:

Víctor Cabrera dijo...
27 de agosto de 2008, 10:03

Qué onda, JIC: no entiendo la reseña de 2006: Hablan las actas. Será que le faltan líneas o te falló el cut & paste o de plano estoy muy güey. Sácame de la duda.

Abrazo:

vc

José Israel Carranza dijo...
27 de agosto de 2008, 11:19

Muchas gracias, maestrísimo: en efecto, se me fueron las patas. Ya lo arreglé. ¡Salud!

Víctor Cabrera dijo...
28 de agosto de 2008, 10:11

Pos ni tanto, eh... o más bien a medias, porque en la línea 16 de la reseña referida te sigue fallando el corte y pegue. ¡Voy a creer!

Abrazo

vc

José Israel Carranza dijo...
28 de agosto de 2008, 11:55

Úchalas, esta reseña ha de estar maldita. O capaz que Felipe Calderón ha de estar saboteándola, ocioso que es. Pero agradezco a San Juditas Tadeo por tener en ti un lector tan acucioso, que me cuida de pegar aquí puras borucas. A ver si ya quedó, ahora sí. ¡Salud otra vez!