Se dieron a conocer los resultados de un nuevo estudio de los hábitos de lectura de los mexicanos. La encuesta, que si cumple algún fin es el de subrayar lo evidente, se presentó bajo el título «De la penumbra a la oscuridad» —como si no lleváramos ya un buen rato en las tinieblas, desde tiempos de la Colonia, al menos, si bien antes las cosas tampoco eran muy luminosas que digamos—, y fue realizada por una asociación civil llamada Fundación Mexicana para el Fomento de la Lectura (Funlectura), cuya escuetísima página de internet (www.funlectura.org.mx) apenas informa que «tiene como objetivo el realizar actividades tendentes a crear y promover las bellas artes, en especial de la Lectura (sic), para la cual (sic) promoverá el hábito de la lectura (sic) entre los habitantes del país resaltando las virtudes de dicho arte (sic)». Más allá de que esta presentación da una idea de las confusiones y vaguedades de la asociación —que ¿qué se propondrá, en realidad?—, las cifras que arrojó la consulta, y que ya se habían adelantado durante la pasada edición de la FIL, corroboran lo que no había por qué esperar que fuera diferente: que cada vez se lee menos en México. Pero con un sesgo particular: en el último sexenio, tomando como referencia otra encuesta levantada por el Conaculta en 2006, el porcentaje de los connacionales alérgicos al libro se incrementó en poco más de diez por ciento.
Es decir: si cuando Felipe Calderón tomo posesión 43 mexicanos y cacho de cada cien admitían no leer, ahora que llegó su relevo se les sumaron otros diez y fracción. ¿Qué pasó? Las respuestas son incontables: puede que hayamos andado demasiado ocupados esquivando balazos y sacándole a los narcobloqueos, viendo de dónde sacar para comer, pegados a la tele, marchando (o atorados porque otros marchan), metidos en Facebook, en huelga, sacando agua de la sala por las inundaciones, padeciendo los vericuetos de la burocracia, mensajeando por el telefonito, esperando el camión, atascados en el tráfico, sacando cita para sacar ficha para el seguro, renegando de las estupideces y sinvergüenzadas de los políticos y atosigados por la catástrofe de país en que vivimos como para haber tenido ya no deseos, sino ni siquiera paciencia de pensar en leer. Los organizadores de la encuesta sólo atinan a concluir que «no se están formando lectores autónomos desde las escuelas». Vaya novedad.
De las notas publicadas al respecto no se saca en claro que la encuesta se haya ocupado de discernir las causas de esta situación. Tal vez no haga falta, porque están a la vista: en México no hay condiciones para que la gente lea porque la educación básica es un desastre, los libros son caros y circulan mal, las librerías y las bibliotecas escasean y en general están mal abastecidas, a las autoridades no les importa poner remedio (al contrario: no les conviene) y la gente, cuando no tiene que estar ganándose o salvando la vida, prefiere ver la tele. ¿Leer? No se puede.
Publicado en la columna «La menor importancia», en Mural, el jueves 24 de enero de 2013.
Imprimir esto
0 comentarios:
Publicar un comentario