¿Rendición?

Canetti, entre tumbas.

«Ya no hay nada que hacer. Pero si de verdad fuera escritor, debería poder impedir la guerra». Elias Canetti recogió, en un discurso pronunciado en 1976, esta frase que un autor anónimo alcanzó a anotar una semana antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial. «La leí irritado», reconoce Canetti, «y la copié con creciente indignación. He aquí, pensé, una muestra de lo que más me desagrada en la palabra ‘escritor’ [...] un ejemplo de esa fanfarronería que ha desacreditado tanto a esta palabra y nos infunde recelo en cuanto alguien del gremio se da golpes de pecho y empieza a pregonar sus monumentales intenciones». Pero más adelante reconsidera, y comprende que en esa línea, desolada y desoladora, hay a un tiempo la confesión de un fracaso y de una responsabilidad. Quien la escribió, evidentemente, no pudo detener la guerra, y de seguro nadie que escriba y se fije el mismo propósito habría de conseguirlo; pero ello en modo alguno es justificación para desechar ese propósito, por desmesurado que parezca y sea.
        En México, por ejemplo, en el cada vez más delirante estado de guerra por el que atravesamos (el plural intimidante nos incluye sin esperar nuestro consentimiento: si no nos ha tocado una balacera, hay que añadir siempre: todavía), hace ya mucho que es demasiado tarde, y que —como anotó el escritor anónimo— ya no hay nada que hacer. Pero es precisamente por ello que hay que hacer algo. En un tiempo ensordecedor, hacer silencio para que podamos escucharnos; cercados como estamos por la saña, la estupidez, la codicia y la miseria, empezar por entendernos en el examen de lo que ocurre y en la imaginación de lo que haría falta para que no ocurriera. Y sin alardes demagógicos, sin patetismos, sin otra motivación que la de hacerse cargo de esa responsabilidad de la que habla Canetti —y de la que más adelante afirma que «se alimenta de misericordia».
        Esto viene a cuento porque, desde hace algunas semanas, comenzó a circular una carta que invita a la lectura y la participación en un blog colectivo llamado Nuestra Aparente Rendición: un foro que está convocando, precisamente, a la imaginación y la crítica sobre el desastre presente, pues «nos urge inventar recursos para ser quienes somos y no quienes nos están acorralando a ser», como se lee en la carta dicha —dirigida a artistas, pensadores, lectores, escritores, profesores, estudiantes, críticos y demás ciudadanos interesados. Van cayendo ahí poemas, ensayos, artículos, crónicas, y el foro va ramificándose (hay un proyecto, por ejemplo, dedicado a contar y nombrar los muertos en circunstancias violentas de todos los días, o un «altar», coordinado por la periodista Alma Guillermoprieto, que recuerda a los migrantes asesinados masivamente en Tamaulipas) y afirmándose como una posibilidad inestimable de recuperar el uso de la palabra en medio del estruendo de balazos, gruñidos, declaraciones imbéciles y aullidos. Hay que ir de inmediato: www.nuestraaparenterendicion.blogspot.com.

Publicado en la columna «La menor importancia», en Mural, el jueves 7 de octubre de 2010.
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