Billy Pilgrim tiene algo muy importante que decirle al mundo. Pero, primero, sus generales: nació en 1922 en Ilium, Nueva York, y su padre fue barbero; nada extraordinario sucedió durante su niñez, y cerca del fin de la adolescencia, cuando llevaba un semestre estudiando en el turno nocturno de la Escuela de Óptica de Ilium, fue llamado a filas para, poco después, prestar servicio en la infantería del ejército de Estados Unidos en Europa. Fue capturado por los alemanes. Al término de la Segunda Guerra Mundial regresó a casa, volvió a la Escuela de Óptica, se casó con la hija del dueño de dicha escuela (una muchacha alarmantemente obesa), empezó a enriquecerse y tuvo una hija (que se casó con un óptico) y un hijo (que fue a Vietnam). Fue secuestrado por extraterrestres. Sufrió un accidente aéreo cuando viajaba con un grupo de ópticos rumbo a una convención —y fue el único sobreviviente. Enviudó, pasó un tiempo levemente deprimido, empezó a envejecer, fue quedándose solo. Y, de pronto, un buen día se apersonó en una estación de radio en Nueva York, porque tenía algo muy importante que decir.
Falta agregar que Billy —un hombre que durante la guerra «era incapaz de hacer daño a sus enemigos o de ayudar a sus amigos», y que en la vida civil se caracterizaba por su mansedumbre— fue conducido a Dresde luego de ser capturado por los nazis, justo cuando estaban por comenzar los tres días en que el bombardeo incesante de los Aliados arrasaría esa ciudad: uno de los episodios más atroces de la conflagración —misma que habría de terminar apenas unas semanas más tarde. Billy, pues, estuvo ahí. Pero no es precisamente lo que vio en ese infierno lo que tiene que decir.
Lo que sabemos de Billy Pilgrim lo debemos a otro soldado, compatriota suyo, que estuvo preso también en Dresde, al mismo tiempo que él: un joven que había estudiado química y había trabajado en un par de periódicos escolares antes de incorporarse al ejército, y que, al ser liberado por los rusos y volver a casa, estudió antropología, siguió escribiendo en periódicos, se hizo dueño de una agencia automotriz, se casó con su novia de la infancia y terminó por hacerse novelista. Al correr de los años sería conocido no sólo como un escritor originalísimo, de vigorosa imaginación e inclaudicable sentido del humor: Kurt Vonnegut —en términos literarios un descendiente directo de Mark Twain, pongamos— llegaría a ser uno de los autores indispensables de la literatura del siglo XX.
(También es importante decir que Billy Pilgrim viajaba constantemente en el tiempo, cosa de la que se descubrió capaz desde que fue raptado por un platillo volador justo el día de la boda de su hija, en 1967, y llevado al planeta Tralfamadore, donde, para el regocijo y la educación de los tralfamadorianos, era —y seguramente sigue siendo— exhibido en una especie de zoológico, en compañía de la bella actriz Montana Wildhack, también secuestrada).
Kurt Vonnegut (Indianápolis, 1922–Manhattan, 2007) jamás olvidó lo que vivió en Dresde. Habría de abordar esa experiencia al menos en siete libros, y en particular en la novela Matadero Cinco, que es precisamente donde cuenta la historia de Billy Pilgrim y el mensaje importantísimo que tiene que comunicar a la humanidad. Pieza soberbia de la ciencia ficción, de la literatura humorística, de los más crudos relatos de guerra y de la más alta imaginación poética (todo al mismo tiempo), este libro estableció el tema supremo del autor y su posición crítica fundamental: todos somos parejamente culpables de los crímenes más horrendos. Con tal punto de vista, lo más natural fue que Vonnegut se convirtiera en una de las voces más sonoras, congruentes e insobornables de cuantas se alzan contra los pésimos gobiernos (empezando por los de su país), la indiferencia y el egoísmo de las sociedades, la estupidez generalizada y la hipocresía. La voz tonante de un profeta. Y esto sin haber perdido jamás la capacidad de reír.
Con todo, en una de sus últimas entrevistas declaró: «La función del artista es hacer que a la gente le guste más la vida». Algo parecido se propone Billy Pilgrim, el melancólico ex soldado, óptico retirado y huésped insólito de los habitantes de Tralfamadore, con el importantísimo mensaje que tiene que transmitir.
Falta agregar que Billy —un hombre que durante la guerra «era incapaz de hacer daño a sus enemigos o de ayudar a sus amigos», y que en la vida civil se caracterizaba por su mansedumbre— fue conducido a Dresde luego de ser capturado por los nazis, justo cuando estaban por comenzar los tres días en que el bombardeo incesante de los Aliados arrasaría esa ciudad: uno de los episodios más atroces de la conflagración —misma que habría de terminar apenas unas semanas más tarde. Billy, pues, estuvo ahí. Pero no es precisamente lo que vio en ese infierno lo que tiene que decir.
Lo que sabemos de Billy Pilgrim lo debemos a otro soldado, compatriota suyo, que estuvo preso también en Dresde, al mismo tiempo que él: un joven que había estudiado química y había trabajado en un par de periódicos escolares antes de incorporarse al ejército, y que, al ser liberado por los rusos y volver a casa, estudió antropología, siguió escribiendo en periódicos, se hizo dueño de una agencia automotriz, se casó con su novia de la infancia y terminó por hacerse novelista. Al correr de los años sería conocido no sólo como un escritor originalísimo, de vigorosa imaginación e inclaudicable sentido del humor: Kurt Vonnegut —en términos literarios un descendiente directo de Mark Twain, pongamos— llegaría a ser uno de los autores indispensables de la literatura del siglo XX.
(También es importante decir que Billy Pilgrim viajaba constantemente en el tiempo, cosa de la que se descubrió capaz desde que fue raptado por un platillo volador justo el día de la boda de su hija, en 1967, y llevado al planeta Tralfamadore, donde, para el regocijo y la educación de los tralfamadorianos, era —y seguramente sigue siendo— exhibido en una especie de zoológico, en compañía de la bella actriz Montana Wildhack, también secuestrada).
Kurt Vonnegut (Indianápolis, 1922–Manhattan, 2007) jamás olvidó lo que vivió en Dresde. Habría de abordar esa experiencia al menos en siete libros, y en particular en la novela Matadero Cinco, que es precisamente donde cuenta la historia de Billy Pilgrim y el mensaje importantísimo que tiene que comunicar a la humanidad. Pieza soberbia de la ciencia ficción, de la literatura humorística, de los más crudos relatos de guerra y de la más alta imaginación poética (todo al mismo tiempo), este libro estableció el tema supremo del autor y su posición crítica fundamental: todos somos parejamente culpables de los crímenes más horrendos. Con tal punto de vista, lo más natural fue que Vonnegut se convirtiera en una de las voces más sonoras, congruentes e insobornables de cuantas se alzan contra los pésimos gobiernos (empezando por los de su país), la indiferencia y el egoísmo de las sociedades, la estupidez generalizada y la hipocresía. La voz tonante de un profeta. Y esto sin haber perdido jamás la capacidad de reír.
Con todo, en una de sus últimas entrevistas declaró: «La función del artista es hacer que a la gente le guste más la vida». Algo parecido se propone Billy Pilgrim, el melancólico ex soldado, óptico retirado y huésped insólito de los habitantes de Tralfamadore, con el importantísimo mensaje que tiene que transmitir.
Publicado en el nuevo número de Magis, el 419: pasen acá para echarle un vistazo a todo el contenido.
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