Créditos

No hay generalización que no sea abusiva. Dado que esta sentencia, desde luego, es una generalización (abusiva con las generalizaciones), el razonamiento a seguir tendría que llevar a procurarse alguna excepción con la que se evite incurrir en la grosería a la que suelen conducir los juicios sumarios: habría que encontrar una generalización que no sea abusiva, sino todo lo contrario: plenamente justificable por evidente e incontrovertible. No es difícil: aunque los dictámenes burdos, que todo lo emparejan, únicamente sirven para concluir una discusión tediosa —cuando alguien sale con que «El mexicano es flojo», por ejemplo, o transa o ingeniosísimo, ya carece de sentido seguir alegando, pues en lugar de argumentos lo que ha brotado son los prejuicios—, hay sin embargo manifestaciones de la realidad (de la realidad más odiosa, la que constatamos al concluir que las cosas son como son y ni modo) que sólo es posible despachar así, admitiendo que su explicación es una y tiene una sola cara. La fascinación mexicana por la burocracia, pongamos: aunque las intromisiones y las afirmaciones del Estado en todos los ámbitos de la vida nos revienten —o eso decimos—, la verdad es que nos encantan, y no sabríamos qué hacer sin ellas.
        Lo digo por esto: hace un par de semanas empezó a transmitirse el programa Ópera Prima, por Canal 22. Me puse a verlo con algo de escepticismo y algo de morbo —que acaso sean lo mismo: la televisión nacional termina volviéndolo a uno arisco, de manera que se acaba por regresar a ella casi nomás por ver qué desfiguros habrá cada vez—; pero al cabo de la primera emisión, en la que presentaron a los tutores y luego a los participantes seleccionados, mi parecer fue que, si bien hubo una que otra malhechura (cuando se anunció que el tenor Rolando Villazón dará una clase magistral le cambiaron el nombre a Fernando, ¡y dos veces!), y aunque acabé un poco mareado por tanto efectito y tanta preciosura técnica en la edición, el resultado era más que satisfactorio: hasta emocionante. Me quedaron ganas de seguir viéndolo, vamos. Sí creo que sobra algo de melcocha y de frivolidad, pero entiendo que un reality-show no puede hacerse sin eso, y éste por lo menos busca prosperar en un medio en el que la calidad interpretativa tendría que sobreponerse a cualquier otro criterio. Bueno.
         Lo malo fue al final, con los créditos, pues en primer término consignan las instituciones que organizan —lo que bastaría—, pero de tal modo que bajo el nombre de cada una figura el de su funcionario titular: «Ópera Prima», se lee antes que nada, «es un proyecto de la Secretaría de Educación Pública», y debajito «Alonso Lujambio». Siguen Consuelo Sáizar, Teresa Vicencio, Jorge Volpi, etcétera. ¿Para qué? Para que se note, claro. ¿Por qué? Porque los funcionarios viven de afirmar quiénes son, y porque, por desagradable que sea estar encontrando esas reiteraciones del culto a la personalidad burocrática, no sabemos hacer las cosas de otro modo. Y nos encanta, por lo visto.

Publicado en la columna «La menor importancia», en Mural, el jueves 20 de mayo de 2010.

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