Es significativo que, al hablar del Festival Internacional de Cine en Guadalajara Film Festival / México, cuya vigésimo cuarta edición se inaugura hoy (para abreviar sirven las siglas impronunciables FICG), sea frecuente, o más bien inevitable, seguir refiriéndose a él como «la Muestra». A mí me pasa, y en general a mis coetáneos, pues aunque exista —quiero suponer, ignorante de mí, que existe, y supongo que tiene que ver con el formato—, una diferencia entre una cosa y otra, las costumbres son pegajosas y es complicado deshacerse de ellas. Pero, además, esta costumbre dice mucho de la identificación que los tapatíos llegamos a tener, en su momento, con una iniciativa que en sus orígenes, y durante un buen tiempo, fue muy atractiva y hasta emocionante por cuanto llegaba a concernirnos como espectadores de un cine que nos ilusionaba descubrir.
Creo que, en general, las lamentaciones por los tiempos idos son, cuando no perniciosas, sí por lo menos infértiles, aparte de que toda evocación memoriosa es poco digna de confianza. Con todo, no creo engañarme si recuerdo que, cuando la Muestra era la Muestra (de Cine Mexicano, para decirlo completo), menudeaban las razones para asistir a ella de un modo mucho más natural, digamos, que el que propone el programa de este año. Se proyectaba, en aquellas primeras ediciones, un puñado de películas nacionales, alguna que otra rareza (recuerdo muy claramente, no sé si para bien o para mal, el documental Un vestidito blanco como la leche Nido, que Carlos Carrera filmó en 1989: escalofriante y horrendo, pero imborrable), salía uno del CineForo o del Cinematógrafo o del Cabañas, se iba a cenar unos hot-dogs, y tantán. Ahora, en cambio, la cantidad de funciones, homenajes, premios, conferencias, conciertos, actividades paralelas para realizadores, distribuidores, estudiosos, etcétera, además de las derivaciones (el país invitado, las divisiones entre películas que están o no están en competencia, las celebraciones de efemérides, pero además las colaciones catalanas, holandesas, noruegas, secciones y subsecciones que hacen francamente laberíntica la cartelera), y sobre todo esas ínfulas de supuesto glamour con que se tiñen estos nueve días, constituyen un surtidero de ansiedades que me lleva a pensar si aquello que tanto me gustaba antaño, ir a ver alguna que otra buena película, no será lo que menos importe en el Festival.
Encima, se estrena con un desplante imperdonable de vulgaridad. La pieza elegida para exhibirse esta noche es Otra película de huevos y un pollo. Hace unos días, Jorge Sánchez Sosa, el director del Festival, se defendía aduciendo que, si ya Shreck estuvo en Cannes, por qué esta cinta animada no iba a estar en Guadalajara. Así, partiendo de esta vergüenza, y del homenaje a Pedro Infante al premio a Gael García Bernal, la nota predominante será la querencia natural que los organizadores tienen por la frivolidad. Qué fastidio y qué remedio: lo peor es que no se ve que pueda ser de otra forma.
Creo que, en general, las lamentaciones por los tiempos idos son, cuando no perniciosas, sí por lo menos infértiles, aparte de que toda evocación memoriosa es poco digna de confianza. Con todo, no creo engañarme si recuerdo que, cuando la Muestra era la Muestra (de Cine Mexicano, para decirlo completo), menudeaban las razones para asistir a ella de un modo mucho más natural, digamos, que el que propone el programa de este año. Se proyectaba, en aquellas primeras ediciones, un puñado de películas nacionales, alguna que otra rareza (recuerdo muy claramente, no sé si para bien o para mal, el documental Un vestidito blanco como la leche Nido, que Carlos Carrera filmó en 1989: escalofriante y horrendo, pero imborrable), salía uno del CineForo o del Cinematógrafo o del Cabañas, se iba a cenar unos hot-dogs, y tantán. Ahora, en cambio, la cantidad de funciones, homenajes, premios, conferencias, conciertos, actividades paralelas para realizadores, distribuidores, estudiosos, etcétera, además de las derivaciones (el país invitado, las divisiones entre películas que están o no están en competencia, las celebraciones de efemérides, pero además las colaciones catalanas, holandesas, noruegas, secciones y subsecciones que hacen francamente laberíntica la cartelera), y sobre todo esas ínfulas de supuesto glamour con que se tiñen estos nueve días, constituyen un surtidero de ansiedades que me lleva a pensar si aquello que tanto me gustaba antaño, ir a ver alguna que otra buena película, no será lo que menos importe en el Festival.
Encima, se estrena con un desplante imperdonable de vulgaridad. La pieza elegida para exhibirse esta noche es Otra película de huevos y un pollo. Hace unos días, Jorge Sánchez Sosa, el director del Festival, se defendía aduciendo que, si ya Shreck estuvo en Cannes, por qué esta cinta animada no iba a estar en Guadalajara. Así, partiendo de esta vergüenza, y del homenaje a Pedro Infante al premio a Gael García Bernal, la nota predominante será la querencia natural que los organizadores tienen por la frivolidad. Qué fastidio y qué remedio: lo peor es que no se ve que pueda ser de otra forma.
Publicado en la columa «La menor importancia», en Mural, el jueves 19 de marzo de 2009.
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