A fuerzas


Veo esta foto y siento que Beckett está riéndose de mí. Como si me dijera: «Pues qué esperabas: quién te manda ir al teatro en Guadalajara».


Estoy a años luz de saber gran cosa —e incluso poca cosa— de teatro; no puede decirse que sea un aficionado ni nada parecido, y raramente reúno ánimos para asistir a alguna función. Algunas veces, claro, he visto obras estupendas; otras, algunas muy chafas. Con todo, prevaleció lo que me permito aducir como saludable curiosidad en la decisión de ir a la primera de las dos representaciones que hubo el sábado pasado de Esperando a Godot, de Samuel Beckett, en el foro del Centro de Estudios para Extranjeros de la UdeG. Se trataba, por un lado, de la pieza famosa de un autor que me intrigaba algo —no demasiado, tampoco: acaso nomás lo conozco por sus fotos: Beckett debe ser el escritor más fotogénico de la historia—; por otro, de un montaje atractivo en razón del prestigio de la Compañía de Teatro de la Universidad Veracruzana. Creo, para decirlo con la llaneza del lego, que la obra estuvo muy bien: los actores, estupendos; la dirección (o lo que yo entiendo por eso), inmejorablemente resuelta. Y ahora puedo decir que tengo un principio de fascinación por Beckett (empezando porque me propongo leerlo muy atentamente y saber más de él).
    Esta experiencia que tuve como espectador, quiero creer, puede contar como la realización de uno de los propósitos del teatro: con presentar un trabajo mucho más que decoroso (el que se premia con el aplauso final), conseguir además que el público disfrute de un encuentro significativo con el arte. Y vaya que el arte de Beckett es arduo: razón de más para festejar el mérito de la compañía en cuestión —pues logró sobreponerse a mi ignorancia y mis carencias. Sin embargo, la circunstancia en que tuvo lugar la representación fue causa de que tal propósito no tocara a la mayoría de los asistentes, además de resultar extremadamente irritante y lamentable por cuanto dice del entendimiento que se tiene de la educación en materia artística y de la procuración de contactos entre los nuevos públicos y las artes escénicas —por lo menos en la UdeG.
    Pasó esto: si bien el foro estuvo casi lleno, fue gracias a que la mayor parte de las butacas las ocuparon alumnos de preparatoria que fueron conminados a ir so pena de que les pusiera una nota mala el profesor que los azuzó. Me lo confirmaron unas muchachas de la fila vecina cuando, harto del franco desmadre que traían, les pregunté por qué estaban ahí: «Nos obligaron a venir». Ya lo sospechaba: no sólo se veía que la obra les interesaba un pepino, sino que además estaban lejos —y es comprensible, con esos profesores— de imaginar los modales que, por un mínimo de urbanidad, es indispensable observar en una obra de teatro. En suma, por esa idea nefasta de imponer el acercamiento con la cosa cultural (cuando debería ser natural y gozoso), lo que se consiguió fue una triple falta de respeto: al trabajo de la compañía, a los espectadores que fuimos por nuestra voluntad, y a los estudiantes mismos que, majaderos y todo, no tenían la culpa de estar ahí. Una vergüenza, pues.


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5 comentarios:

Octavio Aguirre dijo...
6 de marzo de 2009, 19:53

A fuerza ni los zapatos entran. Ya no se usa que la letra entre con sangre, pero sí con traumas psicológicos. Eventualmente, esas alumnas con su franco desmadre irán a ver al inúti de Bisogno al Tenorio Cómico.

Tan padre que es ir al teatro, espero que hayas ido a Dr. Frankenstein, si no, arderás en el infierno.

Saludos.

Vox In Corpus dijo...
6 de marzo de 2009, 23:15
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Vox In Corpus dijo...
6 de marzo de 2009, 23:17

Creo necesario aportar un poco esta vez, ya que siendo gente de teatro (en un "in-docente" intento de serlo) tengo el conocimiento de sucesos de esa índole durante años, los profesores solicitan un reporte, el cual rara vez revisan y les piden comprobar la asistencia con el boleto y así se saltan unas cuantas horas clase (también lo digo con conocimiento de causa); incluso llega a pasar que ni siquiera ellos asistirán a la obra en cuestión. En fin es lamentable la perspectiva que pintan las artes en todo este merequetengue tapatío.

Micro dijo...
8 de marzo de 2009, 2:06

así pasa con otras manifestaciones artístico/cylturales.

Recuerdo cuando nos llevaban a la FIL a hacer largas colas para entrar sólo a las actividades gratuitas debido a la codera de la directora de mi colegio de cochera (Colegio Sor Juana Inés de la Cruz, en tabachines).

Suele pasar.

Pero no solapes tanto a esos mocosos, ni en las películas más comerciales o dirigidas a su "Mercado", pueden estarse quietos.

p.s cuando pues, tu escrito para tumbona en la web?

Alejandro Vargas dijo...
4 de abril de 2009, 0:05

Y yo que tengo ganas de ver esta obra, el libro es genial. Es una grosería que hagan ir a los alumnos a fuerzas a estos eventos porque nadie la pasa bien. Hay que darse una vuelta a la FIL para ver esos.