Georges Perec: el arte de mirar



Cuando tenía 20 años, el millonario inglés Percival Bartlebooth se preguntó que haría en la vida. «No le interesaban el dinero, el poder, el arte ni las mujeres», aclaró el escritor Georges Perec antes de consignar la respuesta que Bartlebooth daría a esa pregunta. «Tampoco la ciencia, ni tan siquiera el juego. A lo sumo las corbatas y los caballos o, si se prefiere (...), cierta idea de la perfección». Así que decidió lo siguiente: durante diez años se entrenaría exclusiva y tenazmente en el aprendizaje del arte de la acuarela; los 20 años siguientes, de 1935 a 1955, viajaría por 500 puertos de todo el mundo, visitando uno cada 15 días, para pintar 500 marinas que serían enviadas a un artesano de París a fin de que las fijara en tablas que luego recortaría para formar 500 rompecabezas de 750 piezas cada uno. Luego, en las dos décadas siguientes, Bartlebooth se recluiría en su departamento parisino, ubicado en la tercera planta de un edificio entre suntuoso y desvencijado, y reconstruiría —en el orden en que fueron pintados, y también a razón de uno cada 15 días— los 500 rompecabezas. Ahora bien: tal proyecto de vida estaba determinado por tres principios: uno de orden moral —«no se trataría de una proeza»—; otro de orden lógico —nada quedaría al azar—, y el tercero de orden estético —«el proyecto, inútil (...), se destruiría a sí mismo a medida que se fuera realizando». De modo que, por este último principio, Bartlebooth también contempló esto: al terminar cada rompecabezas, la hoja en que estaba pintada la marina se desprendería de su soporte; luego, dicha hoja sería enviada al puerto en que fue pintada, y ahí un empleado del inglés se encargaría de sumergirla en una solución que la dejara blanca, sin rastro de la operación. Así pasaría el millonario 50 años, para luego ocuparse de desaparecer también él.
Alrededor de la empresa de Percival Bartlebooth, Georges Perec construyó una novela monumental cuyo título ya da una idea de su ambición desmesurada: La vida instrucciones de uso. La construyó, literalmente: la novela, que alberga miles de historias, es en efecto un edificio (rue Simon-Crubellier 11, en París), y a la vez la hazaña mayor de un escritor especializado en los desafíos más temerarios que quepa concebir para la invención literaria. Dos ejemplos: en otra novela suya, titulada en francés La disparition, jamás se usa la letra e (en la traducción al español, El secuestro, la letra desaparecida es la a), y es suyo el palíndromo más largo del mundo —ese dificilísimo género de escritura que puede leerse igual de atrás para adelante—, que no sólo tiene 5 mil 566 letras, sino que además es un relato.
De expresión alucinada, barba rojiza y en punta, cabellos erizados y túnica azafranada, la imagen de Perec (París, 1936) es inseparable de su obra, y ésta constituye una sucesión inagotable de estímulos para la imaginación, por mucho que el propio autor declarara alguna vez que él carecía por completo de esta facultad, y que por ello debía fijarse reglas muy estrictas a fin de que su escritura progresara. De ahí que fuera un fanático de los crucigramas y los juegos de palabras, y que a menudo sus historias consistan en prolijas y exhaustivas enumeraciones de cuanto pasa delante de él. Fue miembro fundador del Taller de Literatura Potencial, una reunión de escritores más bien excéntricos enfrascados en la exploración de las posibilidades combinatorias de las letras y las matemáticas, y sin falla cada una de sus novelas (El gabinete de un aficionado, Un hombre que duerme) o sus libros autobiográficos (Nací, W o el recuerdo de la infancia, Me acuerdo) tocan profundamente a quien se encuentra con ellos: porque el universo entero queda a nuestro alcance, porque revela cuanto hay de insospechado en la mera e inmediata realidad.
«Abre bien los ojos, mira» es el epígrafe, tomado de Miguel Strogoff, que se encuentra en el ingreso a La vida instrucciones de uso, una de las novelas más apasionantes de la literatura francesa del siglo XX. Y eso es justamente —y nada menos— lo que Perec consigue con sus lectores: que miremos. Que sepamos mirar.

Publicado en Magis.

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4 comentarios:

Luis Vicente de Aguinaga dijo...
12 de agosto de 2008, 11:08

Perdona la indiscreción, Israel: ¿qué fue de aquel artículo que publicaste una vez en 'La Migala', precisamente con tema perequiano, en el que me ha hecho pensar éste que publicas hoy en tu bitácora? Se ve que tienes quince años dándole vueltas a 'La vie (Mode d'emploi)', lo cual habla muy bien de tus hábitos y tus gustos. Por lo demás, ¿ya leíste los chilanguísimos 'Je me souviens...' de nuestro querido Víctor Cabrera en su "block" (www.asuntosdomesticos.blogspot.com)? Sin duda nos picó la misma mosca, porque yo acabo de sacar en 'Mural' una lista de confesiones en la línea del referido "Me acuerdo de...", sólo que poniéndole un cascabel al gato de mis ignorancias deportivas. Así las cosas, ¡que nos bendiga este San Jorge!

José Israel Carranza dijo...
13 de agosto de 2008, 13:11

En realidad, Tito, no he hecho otra cosa en la vida que ir escribiendo (con reestrenos cada tres o cinco años) sobre ese mismo tema. La primera vez, en efecto, fue el artículo en La Migala; luego saqué otro en (paréntesis), y dejé una versión retocada en mi libro Las encías de la azafata (gloriosamente y, por lo visto, perpetuamente inédito); por último, éste, que escribí para Magis. No es, propiamente, una serie de bicicletazos (nota para el público en general: el precursor de la práctica del «bicicletazo» es Baudelio Lara, quien estableció un récord imbatible al publicar unas cuarenta y ocho veces el mismo poema, «Variaciones sobre una bicicleta»). Pero eso parece, ciertamente. A ver si como para el 2040 consigo enmendarme y abandonar este hábito.
Vi, cómo no, las reminiscencias perequianas del gran Cabrera, que me movieron, cómo no, a comenzar las mías. Y vi, también, tus perplejidades olímpicas, que comparto casi en su totalidad. Porque ahí te va: ESPN son las siglas de Entertainment and Sports Programming Network, y en el box olímpico (acabo de enterarme), los contendientes llevan chips integrados en sus uniformes, gracias a los cuales van registrándose electrónicamente los guamazos que se dan. Lo que sí es que el rodeo debería contar como disciplina olímpica: ignoro por qué cabrones nadie ha tenido la buena voluntad.

Anónimo dijo...
22 de agosto de 2008, 19:55

Pero a que no conocen "The Orchard" el pequeño librito que Harry Mathews -ese cuentista olvidado del Oulipo-, escribió sobre Perec, y que lleva por subtítulo "A remembrance of Georges Perec". Una joyita que comienza, por cierto, así: "Me acuerdo de que a veces quedaba en encontrarme con Georges Perec en el autobús o en el metro".
Uno, otro más, de los proyectos en suspenso de la Tumbona, como aquellas Encías en vuelo que, juramos y perjuramos, con o sin la elusiva de UdeG, aparecerán en el 2009.

Alejandro Vargas dijo...
24 de agosto de 2008, 18:34

Sí que es una obra maestra. Me impactó desde que lo mencionaste en el curso que llevé contigo y después (cómo al año) lo terminé de leer y es simplemente impactante. Su recorrido, la vida, el plan de vida de Bartlebooth (y de muerte), las relaciones alrededor de él.
Vaya!

Voto a bríos!