Barack Obama es un tipo encantador. Lo malo es que es un político, y los políticos que son tipos encantadores, con amplia sonrisa como él, que administran hábilmente los énfasis, los ademanes y los gestos, que lucen resueltos y alertas, que no equivocan las ocasiones de mostrarse afables o graves, que cosechan ovaciones con su sola aparición, que exaltan o soliviantan a las multitudes con sus discursos, que salen bien en las fotos desde niños (como si desde niños hubieran ido preparando las imágenes de sus campañas), que exhiben familias modélicas, abrazan bebés, besan ancianitas, empujan sillas de ruedas o hacen gracias a la menor ocasión (y las hacen, vaya, con gracia: no como Felipe Calderón, que el otro día le dio por tocar la armónica: daban ganas de darle unas moneditas)... los tipos encantadores, cuando son políticos, son tan indignos de confianza como los antipáticos: los de gesto adusto, traje arrugado, cónyuges repelentes, lengua trabada, gustos dudosos y modos bruscos. Y están los antipáticos que, queriendo ser encantadores, resultan ridículos: Boris Yeltsin bailando como oso beodo, por ejemplo, o Vicente Fox diciendo gansadas, o López Portillo correteando a Rosa Luz Alegría... O Emilio González Márquez disfrazado de albañil, de discapacitado, de niño, de borracho lenguaraz y majadero... Y así.
Pero estábamos con Obama, de quien se dice, incluso, que es buen lector: Melville, Doctorow, Philip Roth, Toni Morrison, Shakesperare... Un estuche de monerías. El caso es que recientemente apareció con su mujer en una caricatura donde se los representa como una pareja de extremistas islámicos (él, por lo menos: a ella la pusieron más bien como una especie de Rarotonga con pantalones y botas militares y metralleta al hombro), chocando ambos los puñitos como les gusta hacer, pero en una Oficina Oval en cuya chimenea, y debajo de un retrato de Bin Laden, arde la bandera estadounidense. Se conoció esta imagen y, claro, todo fue drama y escándalo y argüende. Según el editor de The New Yorker, la revista donde salió, la intención fue hacer sarcasmo con las percepciones distorsionadas que prevalecen en buena parte de la opinión pública gringa: son cantidad los votantes que piensan, al menos, que Obama es musulmán y, en consecuencia, que si llega a ganar va a ser Satanás quien entre a la Casa Blanca. Pero el sarcasmo siempre falla cuando hay necesidad de explicarlo, y es lo que sucedió: ¿de verdad habrá sido ésa la intención? Porque pensemos en el votante promedio (ignorante, instintivo, ideático y fácilmente impresionable: lo mismo que el votante promedio mexicano, es de suponerse), que pasa delante de un puesto de periódicos, ve la caricatura y de inmediato corre al refugio antibombas más cercano en su comunidad. De modo que si se trata de un mal chiste o de una truculencia propagandística, al candidato demócrata no le han hecho ningún favor.
Y, sin embargo, el tipo es encantador, y acaso ello le ayude a sobreponerse a estos reveses. Pero ya se sabe: tanto encanto nos va a servir para maldita la cosa.
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Pero estábamos con Obama, de quien se dice, incluso, que es buen lector: Melville, Doctorow, Philip Roth, Toni Morrison, Shakesperare... Un estuche de monerías. El caso es que recientemente apareció con su mujer en una caricatura donde se los representa como una pareja de extremistas islámicos (él, por lo menos: a ella la pusieron más bien como una especie de Rarotonga con pantalones y botas militares y metralleta al hombro), chocando ambos los puñitos como les gusta hacer, pero en una Oficina Oval en cuya chimenea, y debajo de un retrato de Bin Laden, arde la bandera estadounidense. Se conoció esta imagen y, claro, todo fue drama y escándalo y argüende. Según el editor de The New Yorker, la revista donde salió, la intención fue hacer sarcasmo con las percepciones distorsionadas que prevalecen en buena parte de la opinión pública gringa: son cantidad los votantes que piensan, al menos, que Obama es musulmán y, en consecuencia, que si llega a ganar va a ser Satanás quien entre a la Casa Blanca. Pero el sarcasmo siempre falla cuando hay necesidad de explicarlo, y es lo que sucedió: ¿de verdad habrá sido ésa la intención? Porque pensemos en el votante promedio (ignorante, instintivo, ideático y fácilmente impresionable: lo mismo que el votante promedio mexicano, es de suponerse), que pasa delante de un puesto de periódicos, ve la caricatura y de inmediato corre al refugio antibombas más cercano en su comunidad. De modo que si se trata de un mal chiste o de una truculencia propagandística, al candidato demócrata no le han hecho ningún favor.
Y, sin embargo, el tipo es encantador, y acaso ello le ayude a sobreponerse a estos reveses. Pero ya se sabe: tanto encanto nos va a servir para maldita la cosa.
Publicado en la columna «La menor importancia», en Mural, el viernes 18 de julio de 2008.
7 comentarios:
La retórica se da fácil entre los políticos.
El circo es bueno, nomás nos faltan las palomitas.
Chale, pobre Superman, ¿qué le había hecho a Obama o a los demócratas?
Por eso los caricaturistas mexicanos recurren con frecuencia a un humor muy facilón (sobre todo después de las elecciones del 2006),para que no se metan en aprietos, y que los lectores (¡pobres!) sepan siempre quién es el bueno y quién el malo en la política nacional.
Israelito, amigo: por el amor de Dios, no vuelvas a usar la expresión "extremista islámico". Recuerda que una cosa es el Islam y otra, muy distinta, el islamismo. ¡Ni modo que a la vieja guardia del ERI, a los radicales de Córcega y a los etarras les digamos "terroristas católicos"!
Mta, ya me regañaste, Tito. Y merecido lo he de tener, sin duda, nomás que no acabo de entender por qué. ¿Cómo habría que decir, entonces? Es cierto que la expresión de marras se me hizo fácil usarla porque es moneda corriente —mal hecho—, pero ¿tan impropia resulta? ¿O es mejor —bueno, «mejor», entre comillas— hablar de «terroristas islamistas»? Porque terroristas católicos sí que los he conocido: aquí seguido viene una maldita viejita que reparte la hojita parroquial, y como no se la recibas con buena cara es muy capaz de prenderle fuego a tu coche, la desdichada.
Tú nada más hazme caso; está mal y punto. Je, je... No, mira: los terroristas en cuestión son islamistas, o sea que su ideología -por llamarle de alguna forma- supone la extrapolación a la política de cierta moral coránica. (Con esto se busca deslindar a los musulmanes en general de los islamistas en particular: el primer islamismo conocido no fue invención de ningún clérigo sino, curiosamente, de un líder político laico y nada santurrón.) Y, entre las muchas vertientes mundiales del islamismo, dichos terroristas vienen siendo radicales, por lo que bien puedes llamarles "islamistas radicales". Aunque hay otras denominaciones, cómo no: el juez Garzón, por ejemplo, se refiere al "terrorismo yihadista". En cuanto a los católicos, no le cargues las tintas a la pobre viejita: yo tengo para mí que todo catolicismo es un terrorismo, en general y sin distinción de variantes regionales o mocherías específicas. ¡Arre, Lulú!
Pero muchas veces los caricaturistas mexicanos solamente tienen que darse un asomón a la actualidad y sería como una foto instantanea.
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