El berrinche

Se ve, en efecto, un brillito de baba en la boca del bocafloja. Como de esa baba en que se empantanan las palabras, y que sabe asomar después de varios tequilas (Foto: Mural).

Buenas noticias para nosotros, los «poquitos» (según el Gobernador González, «Emilio» que le digan sus amigotes de cantina) que hemos visto con recelo, disgusto o indignación la forma en que despilfarra el erario, parándose el cuello con un dinero que no es suyo. Buenas noticias: al decir, con la patanería que lo caracteriza, que cuanto podamos decir al respecto le vale madre, González en realidad está demostrando todo lo contrario. Es más: lo tiene alarmadísimo la reacción que ha desatado con sus disparates autoritarios, y es por ello que ahora adopta este tono bravucón y soez. La próxima vez que toque el tema —y lo va a hacer, seguro, porque además le gustan las provocaciones y, en su arrogancia, sabe sentirse muy sabroso cuando hace algo que sabe que no debería hacer, como declararse juarista a los pies de un cuadro de la Virgen de Guadalupe—, cuando vuelva a referirse desdeñosamente al parecer de los jaliscienses que nos oponemos a su proceder, va a chillar. ¡Ya cayó en el berrinche!
No tiene desperdicio la nota publicada ayer por Mural, que da cuenta de los exabruptos de González durante la celebración del Banquete del Hambre: «...traigo aquí un pinche papelito que dice “Gobierno de Jalisco, Secretaría de Finanzas”, Óscar (García Manzano) ¿dónde andas? Hasta que, cabrón, hiciste algo bueno por Jalisco, Martín Hernández: felicidades, chingado, nunca falta. Éste es un cuete, no me importa, me cae, don Juan (Sandoval Íñiguez), absuélvame desde allá». Independientemente del desarreglo verbal de González —en consonancia, parece, con la imagen suya que se ve en la foto: los ojos enrojecidos, la mirada vidriosa, la boca colgada en la dificultad de articular palabras—, y también haciendo a un lado el hecho de que este discurso recuerde tan vivamente aquella conversación telefónica que le dio celebridad imperecedera al Góber Precioso, el poblano Mario Marín, el caso es que González, acorralado como está por la reprobación de sus gobernados, ya únicamente ve la salida en el insulto y la pataleta. «Yo sé lo que se tiene que hacer en Jalisco... ¿saben qué?, la gente votó por mí... ». Snif, snif. (Hay que ir, por favor, a escuchar el audio del discurso en mural.com: nomás faltó que gritara: «¡Mesero! ¡Otras!»).

González, que no ha entendido nada, ya está gritando y desesperándose. No ha entendido que no está donde está para hacer caridad; no ha entendido que debe trabajar por propiciar la concordia y el buen entendimiento entre sus gobernados. Y el escándalo no tiene que ver con lo que salga de su boquita, que ya conocemos lo fina que puede ser: es, más bien, la amenaza de que gobierne con el hígado rabioso que se carga. «Digan lo que quieran», remató —y sí, de eso no va a librarse: seguiremos diciendo lo que nos venga en gana—, para luego agregar esta joya de hipocresía: «perdón, señor Cardenal, chinguen a su madre». Qué susceptible nos salió este pobre tipito, que tan pronto se quebró. ¿No será emo?

(Véase
cómo le entra Guillermo Sheridan al tema. Está bien hermoso).


Publicado en la columna «La menor importancia», en Mural, el viernes 25 de abril de 2008.




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2 comentarios:

Rodrigo Solís dijo...
25 de abril de 2008, 11:51

Excelente escrito.

Alejandro Vargas dijo...
25 de abril de 2008, 11:52

Bueno pues con esas pataditas nos demuestrá que puede ser Emolio González.

Saludos!