50 bicis

La persistencia del mal llamado «viaducto» en la Avenida López Mateos es señal de, por lo menos, tres rasgos de la idiosincrasia tapatía: en primer lugar, la inconformidad que esa ocurrencia despertó entre los ciudadanos ha ido menguando, o ya no es tan visible. O quizás eso parezca a raíz de que el tema haya dejado, precisamente, de ser «tema» en la prensa, al cabo de unos cuantos días en que se dio cuenta de los apuros que pasaban los peatones para cruzar y del caos vehicular provocado por los cierres y desviaciones, de las malhechuras y las improvisaciones de la autoridad para poner en práctica la medida, así como de la indignación de los grupos (nunca demasiado numerosos) que se organizaron para protestar. Luego, claro, vino el asunto del «placazo», mezclado con las travesuritas del Alcalde de Tonalá —qué bien se nos dan los personajes encantadores—, y entre eso y las informaciones nacionales, de los vehículos de Vicente Fox a las inundaciones en Tabasco, la vía rápida de los fines de semana fue perdiendo interés. ¿Tan pronto nos acostumbramos?
En segundo lugar, queda claro que lo único que necesitan las autoridades aquí para imponer una arbitrariedad es hacer concha: aguantan tantito la llovizna de críticas, y al fin de unas semanas terminan saliéndose con la suya. Al fin que todo se nos olvida —o parece que se nos olvida, que es lo mismo. Y, por último, la tercera conclusión que puede sacarse, fruto de las otras dos combinadas, es que Guadalajara sencillamente no quiere bajarse de los coches. Aun con el desastre que ya es la proliferación excesiva de vehículos privados, seguimos prefiriéndolos antes que pensar en ninguna alternativa. Pero no, tal vez haya esperanza: la sugiere el recorrido en bicicletas que el miércoles pasado hicieron alumnos del ITESO, por López Mateos, desde Las Rosas y hasta esta universidad. Fueron, como su lema lo anunciaba, cincuenta coches menos: una estimable iniciativa ciudadana que sencillamente consistió en cambiar la apatía por la acción.

HACIA LA FIL III
Buena parte del atractivo de la FIL radica en el programa literario, con las oportunidades que ofrece para el encuentro entre el público y los escritores. Este año es relativamente fácil palomear a los autores más llamativos (en razón de que son los más conocidos), pues el contingente es reducido, en comparación con otras ediciones de la Feria: Rubem Fonseca, Antonio Muñoz Molina, Álvaro Mutis, quizás Jostein Gaarder y ya. (Bueno, también estarán Fuentes y García Márquez, pero ésos son como las edecanes de Océano, que es imposible no quedárseles viendo, por más que no digan nada interesante; Saramago este año anda visitando presidentes). Será ocasión de experimentar y acudir al descubrimiento de otros: nuevas voces, o no tan famosas, que seguramente valdrá la pena conocer.

Publicado en la columna «La menor importancia», en Mural, el viernes 9 de noviembre de 2007.
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2 comentarios:

Alejandro Vargas dijo...
11 de noviembre de 2007, 22:24

Chale, yo ni bicla tengo, la vendí hace tiempo.

Anónimo dijo...
15 de noviembre de 2007, 8:17

Como que a paesar de los pesares que vivimos todos los días en la ciudad; la FIL, termina por distraerte o entusiasmarte (como a mí) también a pesar de los pesares.