Al tope

Como universitario, pero además como contribuyente de los recursos con que se sostiene la institución pública que es la Universidad de Guadalajara, hay muchas cosas de ésta, particularemente en cuanto respecta a la administración de esos recursos, que me cuesta trabajo entender. Pero le hago la lucha, por lo general antepongo el llamado beneficio de la duda y al cabo puedo quedar por lo menos provisionalmente conforme, en la mayoría de las ocasiones, mientras el tiempo va dándoles o quitándoles razón a quienes deciden en qué berenjenales (muchas veces aparentemente distantes de su misión educativa fundamental) se mete la Universidad. Por ejemplo: mis reticencias al presenciar cómo iba consolidándose la ocurrencia de hacer una feria del libro en Los Ángeles, o al ver que se lanzaba un canal de televisión, o al ir conociendo cómo progresa el Centro Cultural Universitario, están moderadas por la esperanza de que acciones semejantes lleguen a tener alguna repercusión benéfica para otras tareas que, más allá de la educación, también conciernen a una institución como ésta: la difusión de la cultura, pongamos, facilitando las condiciones en que ésta pueda prosperar y tener alcances cada vez mayores.
       Quizás sea más difícil comprender por qué la Universidad se propone también funcionar como empresa hotelera, como palenque o como parque de diversiones, como agencia de colocaciones para incontables grillos en ascenso o en declive, o por qué le da tanto por celebrar festivalitos y festivalotes animados por una fauna farandulera muy chafita, por qué se propone la administración de un centro comercial, de un equipo de futbol, etcétera. (Aunque luego uno ve que no es tan difícil comprender, habida cuenta de la lógica peculiar que rige en la institución siempre que ésta se entiende a sí misma como una industria versátil cuyos negocios rige la cabecita ingeniosa y ocurrente y canosa que todos sabemos). Pero igual: al cabo todo tiene una explicación, menos o más aceptable, y así nos la llevamos.
       Lo verdaderamente inadmisible, pero además enervante y tristísimo, es algo como esto: ¿por qué los universitarios tenemos que soportar que haya baños sucios? En concreto: hace unos días entré a uno del CUCSH, y seguramente será uno de los peores que haya visitado en la vida. Asqueroso. ¿No hay personal, no hay dinero ni para un botecito de pinol, una cubeta, un trapeador? ¿O a nadie le importa? ¿Ni a los directivos, ni a los estudiantes? ¿No tienen vergüenza, unos y otros? Esa inmundicia contradice y cancela todo logro de que pueda alardear la Universidad: es una catástrofe, pues evidencia cómo la cotidianidad universitaria sucede en condiciones de absoluta falta de dignidad. Cómo deseo que el Rector, o el rector de ese centro universitario, o el mismo Raúl Padilla, anden por ahí un día y una urgencia los obligue a visitar esos retretes rebosantes. (Ya sé que nunca va a pasar, pero la ilusión quién me la quita).

Publicado en la columna «La menor importancia», en Mural, el jueves 2 de junio de 2011.
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1 comentarios:

litografic_impresores dijo...
2 de junio de 2011, 20:58

Como estudiante del CUCSH y especificamente de Estudios Políticos, también me he quejado de las condiciones en las que se encuentran los baños, el personal que se encarga de mantenerlos "limpios" es una persona desde mi punto de vista muuuuy floja (además de grosera y despota) se la pasa fumando, sentada en la bancas de políticos hechando chisme y platicando con la secretaría (tal parece que le pagan por ello) y si esto fuera poco los baños los cierra a las 2pm no importando nada, sí, NADA!!! Los baños más dignos y limpios se encuentran en la liga de Historia y creeme que no son la maravilla!!!