Fin de una tradición

¡Ni la presencia de tres ganadores del Nobel en la primera —y única— ceremonia de entrega del Premio FIL fue suficiente para que esta tradición perdurara! Ahí los tienen: José Saramago, Gabriel García Márquez y Nadine Gordimer, que en la imagen rodean a Monsi (Carlos Fuentes, que no tiene el Nobel ni el Rulfo ni el Premio FIL, tampoco alcanzó a salir en la foto, pero ahí andaba. La que sí se distingue es Sara Bermúdez, que ese día chilló porque las rechiflas no la dejaban hablar).


Por la información dada a conocer esta semana, lo más seguro es que el Premio FIL, cuyo primer ganador —y el último, seguramente— fue Carlos Monsiváis, deje de existir este año. ¿No es una pena? La que habría podido ser una bonita tradición, inaugurada por la concesión del jugoso galardón al autor de Amor perdido, se cancela antes de haberse visto enriquecida por los nombres de cuantos autores hay que pudieron obtenerlo también, provinientes de todos los rincones de América, España y Portugal, sin olvidar el Caribe —siempre y cuando no escriban en papiamento, los caribeños, o en otra lengua que no sea el español, el inglés, el francés o el portugués, o en alguna que no sea el español los canadienses o los estadounidenses, aunque los colombianos o los bolivianos y todos los demás latinoamericanos sí puedan hacerlo en inglés, portugués o francés, lo mismo que en catalán, en portugués o en español los de España y de Portugal, y los brasileños en la lengua que les dé la gana, etcétera, cosa que se prestaría a confusiones del tipo: ¿qué pasa si a un vasco, con domicilio en la Península, pero que ha redactado sus piensos en Lima o en Curitiba, le dio la gana hacerlo en francés? ¿Califica o no?
El caso es que, para quien dude todavía de la singularidad de Carlos Monsiváis, tan la tiene que habrá terminado recibiendo un premio que sólo ha parecido existir para que lo ganara él. Dicho sea, claro, sin malevolencia, y sólo porque tal fue el rumbo de la historia del escandalito —el país despedazándose y los culturati con sus cosas—: luego de haber sido entregado por última vez, el otrora Premio Juan Rulfo les cae gordo a los herederos del escritor que le daba nombre (o bueno, parte, porque Rulfo ni siquiera se llamaba nomás así: también era Pérez, y Nepomuceno, y Vizcaíno), y entre otras razones alegan que su último ganador, el poeta Tomás Segovia, insultó a papá. Mientras comienza la disputa legal (los herederos quieren que la firma de papá sea una marca registrada, los organizadores del premio quieren seguir organizándolo y que siga llamándose como se llama), la convocatoria sigue abierta y todos los candidatos o posibles cruzan los dedos, y de pronto a alguien se le ocurre la creación del Premio FIL. Gana Monsi. Abrazos, homenaje, felicidad. Hasta su cabeza, en bronce, se alinea junto a las del presunto deslenguado Segovia y todos los que habían ganado el Rulfo —que, existiendo el Premio FIL, habría de suponerse, ya no existía más. Pasa el tiempo, se lanza la convocatoria del segundo Premio FIL (que, curiosamente, va acompañada de los ganadores del Rulfo: ¿por qué?), y ahora, cuando está ya cerca la fecha del cierre, todo parece indicar que resurgirá el Premio Juan Rulfo, pues el nombre de papá no podrá ser una marca, como ya lo decidió el Instituto Mexicano de la Propiedad Industrial. ¿Qué va a pasar? Que seguramente desaparecerá el Premio FIL. Lástima: tan bonito que era, caray, y tan efímero que resultó.

Publicado en la columna «La menor importancia», en Mural, el viernes 29 de junio de 2007.
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1 comentarios:

Alejandro Vargas dijo...
30 de junio de 2007, 15:07

Jajaajja, el detalle de Carlos Fuentes fue muy bueno.
Bueno habrá que ver cual es el premio definitivo si el Rulfo o el Fil...aunque el Rulfo, corrígeme si estoy equivocado, tiene como una especie de maldición que quien lo recibe muere al poco tiempo.
A esperar 5 meses pa'la FIL.

Saludos!!!