«¿Te gustan las diatribas?»

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Tumbona Ediciones cumple tres años, y los festeja de este modo: con el lanzamiento de Campeón sin censura, una magnífica producción que demuestra la falta que hacen los madrazos para poner fin al bostezo enormísimo que viene dando desde hace tanto tiempo la literatura nacional. Lléguenle.


El experimento

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Se promulgó al fin la esperada Ley del Libro —que, al parecer, nadie sabe bien cómo se llama, pues hasta en el sitio web de la Presidencia de la República, lo mismo que en los periódicos, se la nombra indistintamente «Ley de Fomento para la Lectura y el Libro», «Ley de Fomento a la Lectura y el Libro», «Ley de Fomento a la Lectura y al Libro»—: en una ceremonia saturada de sonrisas, bonitos deseos, discursos sentidos y muchos aplausos, Felipe Calderón terminó por hacer lo que su había impedido su oligofrénico predecesor, y lo que ahora sigue es esperar a que se elabore el reglamento correspondiente a la dicha ley, de manera que pueda entenderse mejor para qué servirá y para qué dejará de servir. Y es que, en vista de las disímiles posiciones de libreros, editores, escritores y demás implicados en la producción y comercialización de esta mercancía tan dificultosa (que, a decir de Alberto Ruy Sánchez, no debería ser tratada sólo como un producto más, pues se terminaría por tener sólo «libros salchichas y libros zapatos»), lo que hoy prevalece es más bien la incertidumbre: da la impresión de que lo que antier se festejó en Los Pinos fue el arranque de un experimento que nadie puede asegurar en qué terminará.
Aprovechando la ocasión, Calderón no quiso dejar de improvisar un gesto de ésos que granjean ovaciones y, a la postre, se revelan como insensateces o meras fanfarronerías. Como si desde hace mucho hubiera masticado la idea, como si en realidad lo desvelara lo poco que se lee en México, en el acto instruyó a la secretaria de Educación Pública para que, en adelante, cada que se entregue una vivienda «popular», se la dote con un puñado de libros («quince o veinte», dijo, tras un esmerado cálculo que le habrá tomado medio segundo: ¿por qué no tres o noventa?), de manera que no falte una bibliotequita en ninguna casita que el gobierno entregue. Y sugirió las materias: un diccionario, libros de cocina, de medicina, de historia, de geografía, un cancionero «de música», «antologías literarias sencillas» y un ejemplar de la Constitución. (Quince o veinte libros, por kilo, ¿cuánto rendirán? A lo mejor un día de salario mínimo, para que la familia que estrena su casita alcance a medio comer un día más). «Leer más para vivir mejor» es el nuevo eslogan de la Presidencia de la República, gratuito y hueco como todo lema propagandístico, y no es sino una nueva versión de aquella baladronada de «Hacia un país de lectores» a la que debemos, entre otras cosas, el desastre de la Biblioteca Vasconcelos, con su ballenota colgante y sus goteras perpetuas.
Si la nueva ley llega a facilitar condiciones mejores a quienes producen y venden libros (y a quienes los escribimos, ojalá, aunque sea de rebote), y si a la larga termina por beneficiar a los lectores, bienvenida. Y si no es así, pues tampoco se pierde gran cosa: como están las cosas (libros ridículamente caros, librerías escasísimas, editoriales nacionales al borde de la desesperación), es difícil que podamos empeorar.

Publicado en la columna «La menor importancia», en Mural, el viernes 25 de julio de 2008.





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Al despertar
(El hijo del coronel, de David Ojeda. Tusquets, 2008)

Tres personas despiertan al mismo tiempo: la primera, un ex coronel de los Estados Unidos, en la cama de un hospital (alerta ante la presencia del enemigo, pero el enemigo lo lleva dentro, y le recrimina el silencio al que lo tuvo sometido durante toda una vida); la segunda, un médico alcohólico, que repasa melancólicamente sus pérdidas y la falta de arrestos a la que debe una vida que no quiso; la tercera, una joven mujer que se encuentra ingresando a su nueva vida, tras haberse resuelto a asumir la identidad que le había sido negada. Los tres tendrán, a partir de ese despertar, un encuentro en torno a un cadáver. Con sus historias (tres relatos, originalmente, que mostraron al cabo de un tiempo sus posibilidades de ensamblaje), el narrador potosino David Ojeda ha urdido una novela en torno a la violencia y a la imposibilidad del perdón.


Un mundo nos vigila
(El mundo de Pedro Ferriz, de Pedro Ferriz Santa Cruz. Diana, 2007)

Si Pedro Ferriz Santa Cruz no existiera, habría sido imperdonable no inventarlo. Esto, que entendieron bien Los Polivoces (pasa como con el Púas Olivares, que es más fácil recordarlo por la caracterización suya que hacía Enrique Cuenca), se corrobora echando un vistazo al índice de estas memorias: un surtido de temas absolutamente irresistible. Algunos ejemplos: «Mi amigo ‘el loco’», «Las bisabuelitas y los chaneques», «El pequeño remolino de luz pastosa de Cuernavaca», «Luis López llamó. ¿Pero cómo, si estaba muerto?» (es insuperable), «Día del verdadero padre», «Nacimiento de la física cuántica», «¿Qué vieron los astronautas del Apolo XI?», «Los presidentes que conocí», «Entrevista con Pedro Ferriz Santa Cruz» (en serio: se la hace Fernanda Familiar y él la reproduce, y es hilarante), «La paloma que se creía gaviota», «Otra paloma», etcétera. Viene con álbum de fotos, además. Un portento.


Memoria tapatía
(No me alcanzará la vida, de Celia del Palacio. Santillana, 2008)

Es indudable que el siglo 19 mexicano fue un tiempo propicio para el surgimiento de figuras épicas, y la parte de ese tiempo que correspondió a Guadalajara no fue la excepción. Una de esas figuras, Miguel Cruz-Aedo, escritor, militar y, ante todo, un idealista, ha sido rescatada por la autora de esta novela para desplegar una historia de emoción y de amor que tiende puentes entre el pasado y el presente de una ciudad a la que la literatura, misteriosamente, no le ha hecho gran justicia: con contadas excepciones, la ficción novelística se ha interesado muy escasamente por el pasado, el presente y el futuro de Guadalajara. Pero aquí, por lo pronto, hay la proposición de un viaje a la memoria tapatía (o a lo que debiera ser, y no es, la memoria de los tapatíos).


La intriga mayor
(Las amistades peligrosas, de Choderlos de Laclos. Mondadori, 2008)

Un clásico delicioso que, además del servicio inestimable que rinde a la imaginación —el recurso a la intriga como un estímulo poderoso—, recrea en la ensoñación una atmósfera de suyo fascinante: la del Siglo de las Luces. Además: según se lee en el «Prefacio del Redactor», «La utilidad de esta obra... creo al menos que es hacer un servicio moral al descubrir los medios que emplean los que tienen malas costumbres para corromper a los que las tienen buenas; y pienso que estas cartas podrán contribuir eficazmente a ese objetivo. También se hallará en ellas la prueba y el ejemplo de dos verdades... la una, que toda mujer que consiente en recibir en su círculo a un hombre sin costumbres acaba por ser su víctima; la otra, que toda madre es cuando menos imprudente si permite que su hija ponga en otra que no sea ella su confianza».


La absoluta belleza
(La mano de la Buena Fortuna, de Goran Petrović. Sexto Piso, 2007)

Una «Entrada», ocho lecturas y un epílogo. Una de las novelas más asombrosas de los últimos años. Un escritor absolutamente fascinante, magnético, que despliega los efectos más inesperados en la imaginación y en la emoción de quien lee. Un libro, en suma, bellísimo. ¿Quién puede resistirse a lo que anuncia la «Entrada»? «En la que se habla de una desamparada planta de Nochebuena, de un trabajo extraño, de un escritor misterioso y una encuadernación de safián, también de la altura de nuestras montañas, del cariñoso aroma de la chica con el sombrero acampanado, de un lúgubre acuario, de paredes porosas y de si se puede formar el moho en un frasco de mermelada de albaricoque abierto un lunes». Goran Petrović —y dicho así suena fácil, pero no cualquiera— consigue que la lectura sea el vehículo para la materialización de lo imposible.


El descalabro incesante
(El profesor del deseo, de Philip Roth. Mondadori, 2008)

David Kepesh, otro de los personajes recurrentes de Philip Roth, es la encarnación de la búsqueda desesperada e inagotable del placer. Es, por tanto, la encarnación del descalabro continuo de los hombres empecinados en esa búsqueda. También, como creación de uno de los mayores novelistas de este tiempo, es una de las más acabadas representaciones de la naturaleza humana, por lo menos de esa parte de nuestra naturaleza que trabajosamente ha de resignarse a que la vida sea algo distinto de lo que figura en nuestros deseos, nuestros sueños, nuestras inútiles aspiraciones. Descarnado y mordaz, pero a la vez profundamente compasivo, Roth, con Kepesh, sabe ser también uno de los autores más divertidos que hay: una prosa vertiginosa (casi, pero sólo casi, estropeada por la pésima traducción: ¡tan caros que son estos malditos libros, y para que resulten tan pésimamente editados!) e implacable. Admirable en todo momento.


Ensayos de cuerpo entero
(Con la literatura en el cuerpo, de Alberto Ruy Sánchez. Taurus, 2008)

Cuando se hallaba impartiendo un curso «sumamente formal sobre literatura romántica alemana», Roland Barthes se enamoró. Lo cuenta Alberto Ruy Sánchez. De dicho curso surgió el libro Fragmentos de un discurso amoroso, y el autor de Los nombres del aire tomó nota del gesto «de flexibilidad antiescolástica, de creatividad sincera, de reconocimiento de sus impulsos vitales» de su profesor. Este libro, que data de 1995, dimana de esa experiencia decisiva: Ruy Sánchez hace aquí un estimabilísimo aprovechamiento de las libertades ensayísticas con algunas de sus presencias predilectas: «escribir ensayos es también como ir bailando muy gozosamente con nuestros temas y autores y problemas; y, por supuesto, también es devorarlos ritualmente: hacerlos nuestra carne, nuestros pasos. Es aceptar que la literatura nos entra por el cuerpo y muchas veces se queda en él».


El Rey recuerda
(Memorias del mejor futbolista de todos los tiempos, de Pelé. Planeta, 2008)

«Pelé es una de las pocas personas que contradicen mi teoría: en lugar de tener quince minutos de fama, él tendrá quince siglos». Tal cita, atribuida a Andy Warhol (e instalada en uno de los capítulos que dan cuenta de la celebridad incomparable que acompañará por mucho tiempo el recuerdo de un hacedor de goles y de belleza), será a todas luces apócrifa, pero no por ello deja de encerrar una gran verdad. Quién duda de Pelé. Es más: quién no quiere a Pelé. Ya cercano a la setentena, el Rey se aviene a contar su vida en un libro que, independientemente de cualquier otra consideración (a veces se pasa de tiranetas, es cursilón, no es improbable que muchos pasajes estén embellecidos abusivamente), de inmediato resulta entrañable e indispensable. Lo completan dos álbumes de fotos, un recuento de los goles que el brasileño marcó en su vida en las canchas y, desde luego, mucha emoción.


Publicado en el suplemento Primera Fila, de Mural, los viernes 4, 11, 18 y 25 de julio de 2008.




Un encanto

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No falla: nomás los vuelan tantito y de inmediato les da por el desfiguro y la gansada.

Barack Obama es un tipo encantador. Lo malo es que es un político, y los políticos que son tipos encantadores, con amplia sonrisa como él, que administran hábilmente los énfasis, los ademanes y los gestos, que lucen resueltos y alertas, que no equivocan las ocasiones de mostrarse afables o graves, que cosechan ovaciones con su sola aparición, que exaltan o soliviantan a las multitudes con sus discursos, que salen bien en las fotos desde niños (como si desde niños hubieran ido preparando las imágenes de sus campañas), que exhiben familias modélicas, abrazan bebés, besan ancianitas, empujan sillas de ruedas o hacen gracias a la menor ocasión (y las hacen, vaya, con gracia: no como Felipe Calderón, que el otro día le dio por tocar la armónica: daban ganas de darle unas moneditas)... los tipos encantadores, cuando son políticos, son tan indignos de confianza como los antipáticos: los de gesto adusto, traje arrugado, cónyuges repelentes, lengua trabada, gustos dudosos y modos bruscos. Y están los antipáticos que, queriendo ser encantadores, resultan ridículos: Boris Yeltsin bailando como oso beodo, por ejemplo, o Vicente Fox diciendo gansadas, o López Portillo correteando a Rosa Luz Alegría... O Emilio González Márquez disfrazado de albañil, de discapacitado, de niño, de borracho lenguaraz y majadero... Y así.
Pero estábamos con Obama, de quien se dice, incluso, que es buen lector: Melville, Doctorow, Philip Roth, Toni Morrison, Shakesperare... Un estuche de monerías. El caso es que recientemente apareció con su mujer en una caricatura donde se los representa como una pareja de extremistas islámicos (él, por lo menos: a ella la pusieron más bien como una especie de Rarotonga con pantalones y botas militares y metralleta al hombro), chocando ambos los puñitos como les gusta hacer, pero en una Oficina Oval en cuya chimenea, y debajo de un retrato de Bin Laden, arde la bandera estadounidense. Se conoció esta imagen y, claro, todo fue drama y escándalo y argüende. Según el editor de The New Yorker, la revista donde salió, la intención fue hacer sarcasmo con las percepciones distorsionadas que prevalecen en buena parte de la opinión pública gringa: son cantidad los votantes que piensan, al menos, que Obama es musulmán y, en consecuencia, que si llega a ganar va a ser Satanás quien entre a la Casa Blanca. Pero el sarcasmo siempre falla cuando hay necesidad de explicarlo, y es lo que sucedió: ¿de verdad habrá sido ésa la intención? Porque pensemos en el votante promedio (ignorante, instintivo, ideático y fácilmente impresionable: lo mismo que el votante promedio mexicano, es de suponerse), que pasa delante de un puesto de periódicos, ve la caricatura y de inmediato corre al refugio antibombas más cercano en su comunidad. De modo que si se trata de un mal chiste o de una truculencia propagandística, al candidato demócrata no le han hecho ningún favor.
Y, sin embargo, el tipo es encantador, y acaso ello le ayude a sobreponerse a estos reveses. Pero ya se sabe: tanto encanto nos va a servir para maldita la cosa.

Publicado en la columna «La menor importancia», en Mural, el viernes 18 de julio de 2008.
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Yo no sé si esté haciendo proselitismo, o qué. Pero este video lo busqué por años (bueno, no: desde hace unos días), y al fin di con él. A poco no es una chulada. Igual nadie conteste: ya sé que somos minoría los que amamos la música de granjeros —aunque, a ver, díganme por qué no se ve aquí ningún tractor, o por qué nadie mastica una brizna de trigo mientras le pega al banjo; vaya: ni siquiera una pick-up sale, bendito sea Dios.

De latón

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A raíz de esta foto, alguna vez Fernando de León y yo inferimos que la dieta del escritor argentino la constituían básicamente sus mascotas. De ahí el nombre con que nos referimos a él: Comegato. Digan si no: se ve que lueguito de posar para la cámara, el gigantón se fue directo a la cocina para alistar a T. W. Adorno —como se llamó el minino— para la cena. 
Por si fuera indispensable decidir qué pensar de la obra del escritor argentino César Aira —decisión que no es indispensable, vamos: en literatura casi siempre resulta ocioso tomar partido públicamente, pues la lectura es cosa solitaria y cada cabeza es un mundo (o un pozole, si se prefiere)—, seguramente pocos autores habrá en nuestros días que lo dificulten tanto. Aira, cuya producción ronda, según los cálculos más conservadores, la cincuentena de novelas (más las colecciones de cuentos, un puñado de ensayos, algo de teatro, traducciones y hasta un diccionario), es antes que ninguna otra cosa el campeón de lo inesperado. Cada historia suya, casi invariablemente, llega a un momento en que resulta inevitable suspender la voluntad de comprensión según la cual estamos acostumbrados a que las causas tengan consecuencias, de tal manera que dicha voluntad hay que aceptar canjearla por algo más parecido a la rendición hipnótica que a la esperanza de entender. Hay una novela, por ejemplo, en la que los propietarios y los socios de dos gimnasios en el barrio de Flores, en Buenos Aires, están enfrentados en una suerte de guerrilla, y por si eso no fuera suficientemente extraño, en el ojo del conflicto se incluyen un gigante llamado Chin Fú, una liebre fosforescente y un espectáculo de marionetas, así como un joven actor de telenovelas en cuyo cerebro —que se dice que le han extirpado— se avecina algo así como el fin del mundo. (La guerra de los gimnasios, 2006). Es, sin falla, fascinante. 
    En días pasados, César Aira fue invitado a conducir un taller en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo en Santander, y desde ahí tuvo a bien soltar algunas declaraciones en contra de uno de sus compatriotas más famosos, Julio Cortázar. «Cortázar es un Borges de latón», soltó, y añadió que «quien llega a apreciar a Borges deja a Cortázar para el Kindergarden». (Al autor de Rayuela, por cierto, le llovió también hace poco desde esa nube negra que es el colombiano Fernando Vallejo: «No lo conozco», dijo éste. «Lo he ojeado y me da la impresión de que no sabía escribir. No sabía justamente el idioma literario, escribía pobremente. Y los jóvenes hacen este cálculo: si este escritor tan malo es nuestro gran escritor, entonces por qué yo no puedo ser igual a él»). Seguramente Aira habrá respondido así a pregunta expresa, como se dice: el reportero quiso saber su parecer sobre ese asunto en concreto, y lo obtuvo. Felizmente. Porque resulta cuando menos refrescante que de vez en cuando alguien, como Aira en esta ocasión, ayude a desmontar los malentendidos y a rebajar las exageraciones que al paso del tiempo van afirmándose como supercherías y tabúes en la imaginación colectiva —cosa que, en buena medida, sucede con Cortázar, un escritor cuya notoriedad procede mayormente de la devoción abusiva de sus lectores, lo que tiene el efecto de dejar en la sombra a otros autores tanto o más brillantes que él. 
    Pero, lo dicho: cada quien decide qué piensa. Que al fin no hay opinión que importe demasiado, y mucho menos ésta.
Publicado en la columna «La menor importancia», en Mural, el viernes 11 de julio de 2008.

¡Sigue el taller de los viernes!

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TALLER DE ENSAYO LITERARIO
Librería José Luis Martínez del FCE
Del 11 de julio al 7 de noviembre de 2008
Coordinado por José Israel Carranza
La nueva edición del Taller sesionará todos los viernes, desde el 11 de julio y hasta el 7 de noviembre de 2008, salvo los viernes 8 y 15 de agosto, de 19:00 a 21:00 horas, en el salón de actividades especiales de la Librería José Luis Martínez del FCE (Chapultepec y Libertad).
    El costo es de $400.00 por persona (por cada cuatro sesiones ); como una promoción, quien desee cubrir las dieciséis sesiones por adelantado pagará sólo $1,200.00 ¡Un mes gratis! Las inscripciones serán en la primera sesión del taller. 
    Mayores informes en el teléfono 044331-246-7075, o en la dirección electrónica azotecarranza@yahoo.com

La nueva edición del Taller de Ensayo Literario de la Librería José Luis Martínez del FCE estará orientada por la atención a tres pares de cualidades del género: la agudeza y la profundidad, la liberalidad de la escritura al servicio del gozo en la lectura y la incumbencia personalísima de las ideas en pos de una incumbencia universal.
    Lo que se buscará será enfocar las lecturas, así como los ejercicios de escritura, sobre la detección de rasgos estilísticos según los cuales el ensayista puede ser, como quería Octavio Paz, «ligero y no superficial, hondo sin pesadez»; veremos de qué modos y por qué rutas la imaginación, la curiosidad y la inteligencia hacen de la lectura de un ensayo una navegación ante todo placentera, y cuáles son los riesgos por eludir y las aventuras a las que hace falta atreverse; y reflexionaremos sobre cómo el ensayista ha de procurar que sus preocupaciones, sus dudas, sus argumentos y sus hallazgos conciernan a cualquier lector.  

DINÁMICA
Las sesiones se dedicarán a la discusión de ciertos ensayistas notables que resulten relevantes para los temas que vayan abordándose, así como a la revisión a fondo de los ensayos presentados por los asistentes, prestando especial atención al estilo y a las intenciones de la escritura.
    Al comienzo del taller se proporciona una bibliografía, y en cada sesión se entregan los juegos de fotocopias de las lecturas por hacer.
De acuerdo con el grupo, los ensayos presentados en el taller irán publicándose en el blog del mismo (www.eltubodeensayo.blogspot.com). 

PROGRAMA
El taller está planeado para llevarse a cabo en 16 sesiones de dos horas cada una.  

Sesión I  
Viernes 11 de julio
—Presentación de los participantes, introducción, revisión de la bibliografía y acuerdo sobre la dinámica a seguir.
—Comentarios de apertura a partir de tres preguntas: ¿para qué sirve escribir ensayos?, ¿para qué no sirve escribir ensayos? y ¿cuáles son mis dificultades con el ensayo literario? 

Sesión II 
Viernes 18 de julio 
 LAS IDEAS AL VUELO
—Discusión sobre la lectura de una selección de fragmentos de los libros Extravíos o Mis ideas al vuelo, del Príncipe de Ligne, y Descanso de caminantes, de Adolfo Bioy Casares. 
(Tema para escribir: «Un secreto»).  

Sesión III 
Viernes 25 de julio
CONVICCIÓN, OPINIÓN Y JUICIO
—Comentarios sobre la lectura del libro Cinco dificultades para quien escribe la verdad, de Bertolt Brecht. 
(Tema para escribir: «El grito»). 

  Sesión IV  
Viernes 1de agosto
ELOGIAR, EXALTAR, ESTABLECER Y DEFENDER
—Comentarios sobre la lectura de los ensayos «Elogiar, exaltar, establecer y defender», «Sobre el verdadero artista» y «Sobre el ensayo», de G. K. Chesterton.
(Tema para escribir: «Elogio de alguien a quien detesto»). 

 Sesión V  
Viernes 22 de agosto
EL INSTANTE DECISIVO
—Comentarios sobre la lectura de una selección del libro Fotocopias, de John Berger. 
(Tema para escribir: «Los horrores del Paraíso»). 

Sesión VI  
Viernes 29 de agosto
LA CURIOSIDAD «EN FORMA»
—Comentarios sobre la lectura del primer capítulo del Diario de Oaxaca, de Oliver Sacks. 
(Tema para escribir: «Un mito en el que escojo creer»). 

Sesión VII 
Viernes 5 de septiembre
EL RECURSO A LA MEMORIA
— Comentarios sobre la lectura del ensayo «Evocación de un comedor de chile», de Francisco González Crussí. 
(Tema para escribir: «Consternación a partir de una insignificancia»). 

Sesión VIII 
Viernes 12 de septiembre
LA ADMINISTRACIÓN DE LA LUCIDEZ
—Comentarios sobre la lectura del texto «Liminar» del libro La llama doble y el ensayo «Los reinos de Pan», de Octavio Paz. 
(Tema para escribir: «Un rostro inolvidable»). 

Sesión IX 
Viernes 19 de septiembre
EL ENSAYO LITERARIO COMO UN AJUSTE DE CUENTAS
—Comentarios sobre la lectura del ensayo «Adiós a Pinocho», de Gerardo Deniz.
(Tema para escribir: «El peor de los miserables»). 

Sesión X  
Viernes 26 de septiembre
LA ILUMINACIÓN
—Comentarios sobre la lectura de una selección de las Voces reunidas, de Antonio Porchia. 
(Tema para escribir: «La fabricación del recuerdo»). 

Sesión XI 
Viernes 3 de octubre
LA INTELIGENCIA EN MOVIMIENTO
—Comentarios sobre la lectura de «Palomar en la playa», de Italo Calvino.  
(Tema para escribir: «Celebración de un absurdo»). 

Sesión XII 
Viernes 10 de octubre
LA PRESENCIA DEL LECTOR
—Comentarios sobre la lectura de la conferencia «El rival de la guerra», de Chris Hedges.  
(Tema para escribir: «Para qué sirven los laberintos»). 

Sesión XIII 
 Viernes 17 de octubre
LAS CONSECUENCIAS DE LO QUE ESCRIBIMOS
—Comentarios sobre la lectura del ensayo «Del deber de la desobediencia civil», de Henry David Thoreau.  
(Tema para escribir: «La mejor manera de perder el tiempo»). 

Sesión XIV 
Viernes 24 de octubre
LO LITERARIO DEL ENSAYO LITERARIO
—Comentarios sobre la lectura del ensayo «Sortilegio y astrología», de Thomas de Quincey.  
(Tema para escribir: «Nuevos usos para aparatos viejos»). 

Sesión XV  
Viernes 31 de octubre EL ESPACIO DEL ENSAYO
—Comentarios sobre la lectura del ensayo «Café San Marcos», de Claudio Magris. 
(Tema para escribir: «El viaje»). 

Sesión XVI  
Viernes 7 de noviembre
EL ENSAYISTA, EL SOLISTA
—Comentarios sobre la lectura de un fragmento del libro La sepultura sin sosiego, de Cyril Connolly.  
(Tema para escribir: «De qué me sirve escribir ensayos»).



Bebeleche

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Iba a subir aquí uno de los videos infames, pero para qué: tampoco se trata de acedarnos la vida. Por eso, mejor tantita musiquita de granjeros, que es tan bonita.
Como a todo en la vida, a torturar también se aprende. Hay que educarse. El oficio de verdugo, por repugnante que pueda ser, exige esmero, aplicación, creatividad y entrenamiento continuo. Es lo que corroboran los videos, difundidos esta semana, donde se aprecia cómo integrantes del Grupo Especial Táctico (estos dos adjetivos son particularmente significativos) de la Policía Municipal de León son adiestrados para disparar a punta de coscorrones e insultos, para meter la cabeza de un prójimo —previamente tehuacaneado— en un hoyo de mierda y ratas o para rodar sobre el propio vómito luego de correr hasta la extenuación. (También, hace unos días, el noticiero de Joaquín López-Dóriga exhibió cómo otros uniformados se divertían mientras uno de ellos —muy bien comidito y muerto de risa— brincaba repetidamente sobre las costillas de un hombre tirado en el piso de una camioneta).
    Por si esas imágenes —acompañadas por gruñidos, exabruptos y risotadas de sus protagonistas— no fueran suficientemente detestables, evidencia de sobra para reconocer que una de las causas principales de la descomposición criminal del país es la deplorable calidad de fuerzas policiacas formadas en la vileza, la estupidez y la brutalidad, vinieron acompañadas por las abyectas declaraciones del Alcalde panista de León, un cínico que malamente tiene nombre de prócer (Vicente Guerrero), y que al ser sorprendido por la difusión de los videos sólo atinó a responder con imbecilidades y sinrazones que confirman el pésimo entendimiento de la autoridad que tienen sus responsables en México: «Este grupo tiene que estar preparado para situaciones extremas y a eso se les prepara. No están jugando al bebeleche ni nada», dijo el infeliz. Al principio, claro, como muchos —si no es que todos— los gobernantes ineptos y cobardes que padecemos en los tres niveles de gobierno, se mostró terco y machito respecto a la posibilidad de corregir: «Es parte de un entrenamiento, no se va a suspender, así de sencillo», respondió cuando los reporteros lo cuestionaron acerca de lo que se veía en los videos. Es más: hasta se indignó por la difusión de éstos, y eso porque no hay político imbécil —cuántos de ésos no conocemos aquí en Jalisco, y no sólo en el último año y medio— que, al quedar expuesto, no se empecine automáticamente en negar y renegar y hacerse la víctima.
    Luego se echó para atrás, este sujetito. Ya el miércoles salió diciendo que se suspendería esa atroz forma de entrenamiento de sus policías, si bien se guardó de quedar como inocente: «Nosotros estamos dispuestos a dar todas las facilidades para que se lleven a cabo las investigaciones como quieran, no tenemos cola que nos pisen». (¡Qué fastidio estar reproduciendo las palabras de miserables así! Ojalá siquiera sirva para que no se olviden tan fácil). Las policías, en León y en todo México, están mal y se preparan para estar cada vez peor. Eso no es lo más grave: lo verdaderamente alarmante está en la conducta de los gobernantes que mandan sobre ellas.
Publicado en la columna «La menor importancia», en Mural, el viernes 4 de julio de 2008.